Decía el otro día que el cuento de Battista me permitió pensar algunas claves para potenciar tu relato, Javi. Te cuento. Lo que he podido pensar tiene que ver, en todos los casos, con la anécdota infantil —llamémosla así—, que es un elemento común en tu relato y el de él. Más allá de lo que veníamos debatiendo hasta ahora, y de que yo sigo pensando que hay un exceso de flashbacks que acaba por marear al lector, se me ocurría alguna otra cuestión para reforzar esa anécdota, en el caso del tuyo.
1) la anécdota en sí debe gozar de la doble cualidad de ser aparentemente intrascendente, pero moral o afectivamente significativa. "Altamente significativa", en este contexto, implicaría que pone en juego, contraponiéndolos (= metiéndolos en conflicto) valores éticos y afectivos primarios. Al lector debe quedarle muy claro cuáles son esos valores que chocan entre sí. Por ej., en el caso de "La zanja", tenemos, del lado del niño, culpa, impotencia y humillación por no haber sabido responder al requerimiento paterno; odio, impotencia y humillación respecto de los chicos que lo tiran a la zanja; una duda latente acerca de la propia identificación sexual, que también lo llena, presumiblemente, de vergüenza, culpa e impotencia. Hay una madre también impotente frente al machismo del esposo, falta de discurso propio, y presumible culpa por ello. Ninguno de los tres (padre, madre, hijo) cuestiona absolutamente nada de la realidad: ni el hijo ni la madre se rebelan, ni el padre se arrepiente, ni hay la más mínima ternura para con Germán.
En el caso de tu cuento, Javi, se me hace que los afectos y valores que la anécdota pone en juego no están claros. Por ej., dice el narrador: "Al ver a los dos pollos ahí atrapados, con esos grilletes de hilo en sus patas, el muchacho echó la vista al suelo y dejó escapar un suspiró [...] inspiró con todas sus fuerzas. [...] El muchacho no acababa de reaccionar, envuelto en una maraña de movimientos minúsculos e indecisos, temeroso de que aquellos pájaros no le perdonaran el haber pensado en enjaular a sus crías. Felipe no podía seguir mirándoles; su barbilla, temblorosa, se arrugaba sin merecer el llanto. En un gesto repentino e incontrolable, el muchacho tiró el puñado de hierbabuena contra el suelo."
¿Qué siente Felipe hasta aquí? ¿Culpa por habérsele ocurrido encerrar a los pájaros? La culpa por pensar en algo reprobable no es igual de filosa que la culpa por hacer algo reprobable (es igual en la práctica católica: los pecados de pensamiento no conllevan el mismo castigo que los otros). Fijate que, ante la anécdota de "La zanja", no importa qué edad tengan los lectores, se sentirán identificados con Germán y por ello sumamente angustiados. En cambio, ante un personaje que siente culpa por haber "pecado de pensamiento", eso no nos angustia precisamente porque nos identificamos con él y sabemos, por experiencia, que nadie está exento de esos "pecadillos".
Por otro lado, el vínculo que puede haber entre la anécdota y lo actual —que en "La zanja" es muy estrecho, porque se juegan las mismas cosas: masculinidad, humillación, impotencia— aquí aparece desleído. ¿Se trata de que los ruiseñores comunican cosas a quienes quieren o pueden oírlo? Bien, pero eso no nos genera conflicto —más que el intelectual, si es que somos racionalistas. Y aun ese, como médula para un cuento, es flojo—.
2) No hay sutura para la angustia. En el caso de "la zanja", la humillación del niño, su vergüenza, tristeza, etc. no encuentran consuelo alguno. Ni en la madre, que no lo defiende de las iras del padre ni ha sabido instrumentar al chico para que se defendiera de los demás niños, ni en el narrador. El narrador no tiene conmiseración por Germán , como no la muestra el propio autor al elegir un prota "no épico" para su cuento: Germán no es valiente, pero tampoco muestra ninguna otra cualidad que lo "salve" a ojos del lector. No es ni más ni menos que un niño cualquiera, ni particularmente amable o sensible o inteligente o zonzo... Como es un niño del montón, y el narrador se ha ocupado de mostrarlo así, todos nos identificamos con él: todos hemos tenido madre que, en algún momento, nos falló. Todos nos hemos visto impotentes, sin tener absolutamente a nadie a quien recurrir, porque, en caso de hacerlo, la impotencia sería aún mayor, y lo sabíamos.
En el caso de tu relato, la angustia se sutura pronto: para un niño, la caricia de una madre bien vale unos cuantos coscorrones. (¿Cuántos chicos incluso provocan situaciones en las que "perderán" frente a otros, saliendo lastimados, sólo por lograr que el abrazo materno/paterno los legitime como hijos queridos y protegidos?).
Como además el lector no tiene muy claro la verdadera naturaleza de esa angustia (como te señalaba hace un ratito), no sabe si debe entenderla como producto de la vergüenza por haber sido "pegado", de la culpa por haber pensado en atrapar a los ruiseñores o de qué, al diluirse tan rápido ante la caricia materna, deja de "pesarle" en el corazón.
3) En "La zanja" uno se entera pronto de la anécdota. En tu relato, no solo se producen muchos flashbacks sino que en la crónica de la anécdota los sucesos no están en orden, por lo que es bastante más trabajoso seguirla (primero hay mucha palabra dedicada a cómo los ruiseñores llaman la atención del niño —tal vez demasiada palabra, si no hace a lo esencial de la anécdota, que aún no tengo claro qué es— luego aparece el niño ensangrentado y después, como al pasar, se nos cuenta qué lo ensangrentó).
4) Como adelanté por ahí, parece fundamental que el vínculo entre anécdota y presente sea muy fuerte (especular, uno diría, en el sentido de que, como un espejo de aumento, refleje los sentimientos contradictorios actuales del personaje), y a la vez que las emociones o valores que pongan ambos en juego contradigan algún mandato: "debes ser fuerte", "debes hacerle caso a tus padres", "debes ser amable con las mujeres", "debes ser valiente", "debes hacer valer tus derechos"...
En tu relato, ese vínculo y el conflicto que muestre entre los diversos sentimientos es todavía endeble o se ve menos nítidamente.
Bueno, estas son las puntas desde donde yo me plantearía corregir: retomar en primer término la anécdota (teniendo presente, por supuesto, qué quiero contar: qué sentimientos se le van a mover a Felipe, tanto en aquel pasado como en el presente. Esos sentimientos contradictorios funcionarían como un telón de fondo siempre presentes y nunca enunciados, para que el lector los deduzca tanto de la anécdota como de la actualidad de Felipe adulto) y trabajarla como para 1) que su "hueso" no se demore tanto en aparecer 2) que se cuente en orden, para que el lector no resulte mareado de tanto ir y venir, no solo por la cantidad de flashbacks, sino por la cronología alterada dentro de esos flashbacks 3) tener bien claros qué sentimientos se moverán en el personaje: ¿culpa? ¿indefensión? ¿vergüenza por no tener padre? 4) agudizar las contradicciones en vez de suturarlas.
Me da la sensación de que es la ausencia de nitidez en este sentido lo que hace creer a algunos de tus lectores que aquí hay una novela y no un relato corto. Lo cierto es que la novela admite caídas de tensión que el relato corto no tolera, pero, ojo, también si enfocases la historia pensando en algo más largo, tarde o temprano deberías abocarte a aclarar (sobre todo ante vos mismo) qué emociones y conflictos son los que querés mostrar con más agudeza.
Bueno, espero tus comentarios. Ojalá que estos míos te sirvan.
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lunes, 10 de mayo de 2010
Vida bajo tierra, comentario para Javi II
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3 comentarios:
Lo primero: agradecerte tus atentos comentarios, Gra. Me han sido muy útiles y muy productivos. No sé donde terminará esta historia, pero por ahora estoy aprendiendo mucho. Todo este cacao me está ayudando a darme cuenta de cosas que antes no veía.
El primer y más importante escollo es el conflicto. Como bien dices, no es nítido y es algo que también me ha dado que pensar. No sólo sobre este cuento, si no sobre esto de escribir. Me he dado cuenta de que no me atrae trazar caminos éticos o morales para nadie y, mucho menos, definir o apoyarme en valores o conceptos tan temibles como la culpa. Sé que son valores culturales muy arraigados en nosotros, pero me pregunto si hay algo más humano debajo de esos valores.
Tienes toda la razón respecto a lo que le sucede al personaje, que sigue permaneciendo oculto. Así, difícil es llegar a cualquier lector ;) Veo demasiados sustratos de conflicto: el impacto de aquella ‘anécdota’ en Felipe, la relación con su madre, el entierro… Está claro que para que esta historia sea un cuento, hay que desechar muchas cosas y seguir una única veta.
Por otro lado, respecto al orden de la narración, sigo con la cabezonería de intentar mantener ese orden “desordenado”, pues me recuerda a la manera en qué pensamos: de forma fragmentada y a través de imágenes, a veces inconexas. Releyendo el cuento de Battista me vino a la memoria otro cuento que nos diste de Super Cortázar, la salud de los enfermos, y ese tipo de narrador me ha dado algunas pistas sobre cómo seguir con este cuento. El narrador omnisciente clásico, que estaba utilizando, no acababa de convencerme. Pues eso, que creo que antes de seguir con los ruiseñores, tengo que aclararme un poco. O un mucho ;) Gracias.
Un abrazo!
El conflicto..., ese es también mi gran conflicto. Lo de cambiar la voz del narrador puede ser una buena idea, Javi, porque te hará enforcar de otro modo y a lo mejor los flashbacks quedan más claros y potentes. A mí me ha pasado, que al cambiar el narrador la historia se descubrió nueva. No sé... En cualquier caso, los apuntes de Gra son muy enriquecedores, para muchas historias.
Aunque haya este parón veraniego, cuando remates tu cuento, Javi, me gustaría que me lo dejaras leer.
Hola Celsa. Encantado de que leas el cuento, si es que llega a serlo finalmente ;) No sé como terminará la cosa. Lo del narrador puede ser un buen experimento, pero también probaré otras cosas. Lo importante es lo que se aprende, que de eso se trata.
Un abrazo!
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