El cuento me ha gustado mucho, más por lo que deja de decir que por lo que dice. Quizás algunas imágenes que antes me hubieran parecido deslumbrantes, ahora me estaban haciendo un poco de daño a los ojos.
Creo que lo mejor de este relato es su capacidad para cuestionar la realidad que estamos viendo. ¿Sólo porque la veamos existe? ¿Eso que vemos, lo ven también los demás? ¿Hay otra manera de hacer que las cosas aparezcan o desaparezcan ante nosotros? Nos hace pensar en el propio lenguaje: una herramienta mágica para crea una atmósfera común entre los individuos a través de la que nos conectamos, reflejándonos los unos en los otros y entendiéndonos. Aunque como en el cuento, a veces no nos sirve.
Parece que en este relato se enfrentan dos concepciones opuestas del tiempo. Una ligada al porvenir, a lo que simplemente llega porque no se espera, sino que se vive (la del marciano); frente a otra concepción de un tiempo lineal y previsto, en el que no hay espacio para el porvenir porque el futuro lo entierra continuamente (la del terrícola). Nos muestra el porvenir como un planeta desierto que debe permanecer libre y en movimiento, pero que se echa a perder cuando sobre él se construye una faraónica ciudad que pretende durar para siempre. Por eso, tras el futuro quedan ruinas. Mientras que el porvenir no nos hace mirar atrás, sólo hacia delante.
1 comentarios:
Estupenda ectura, Javi.
Muy interesante lo de asociar la falta de certezas y el "espejamiento" que buscamos en los otros para suplirla con el lenguaje.
Sabemos que algo existe porque puede ser nombrado, ¿eh?
Con los mismos "datos" (lo que le muestran sus ojos a cada personaje, cada uno construye otra realidad. Eso hace pensar que conviene mirar en los ojos cada vez que creemos hallar algo en lo que vemos. Como decía un poema de Manuel del Cabral, "Señor Juez, ¿para qué limpia sus gafas,/ si el sucio está en el ojo?"
Muchas gracias por tu aporte.
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