Viendo que no iba a confesarle tan fácilmente si había conocido esa angustia, el desconocido se tomó el asunto con calma y pasó a ironizar acerca de la extrema simplicidad de las dos mejores primeras frases de toda la historia de la novela francesa. Sin duda, tenía razón en lo de la extrema simplicidad. Una era de Albert Camus, primera frase de El extranjero: "Hoy mamá ha muerto". La otra, el sencillo comienzo de Marcel Proust en su Recherche...: "Durante mucho tiempo, me acosté temprano". Le dije que no eran dos, sino tres las frases sumamente simples y al mismo tiempo las mejores de toda la historia de la novela francesa. La tercera correspondía a Louis Ferdinand Céline, a su comienzo de Viaje al fin de la noche: "La cosa empezó así".
¿No era "La cosa empezó así" la manera más literal de empezar? Ahora bien, tan sólo en apariencia era simple aquel comienzo de Céline. En realidad, si aquella frase la decíamos en voz alta y a modo de latigazo (en su francés original, "Ça a commencé comme ça"), sonaba como un gargajo y en su violento desprecio hacia todo resumía admirablemente la novela entera.
Se quedó pensativo el amigo de Bernard Quiriny y quise ayudarle. Le sugerí que se interesara también por las últimas frases. Me miró como si acabara de decir un sacrilegio y me dijo que para que una frase sea la última siempre es necesaria otra que lo diga, y por tanto nunca puede haber una última frase.
"Ça a commencé comme ça", le repetí, esta vez a modo de latigazo seco de despedida. Y me fui de allí bien raudo. Así se enteró, supongo, de que una primera frase puede ser también la última. ¿Se habrá enterado también de que hay muchas formas de llegar y que la mejor es no partir?
por Enrique Vila-Matas
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