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viernes, 12 de marzo de 2010

Acerca del cuento de Onetti

Me dio mucha alegría leer sus respuestas, que muestran que se animan a arrimar sensaciones, impresiones más vagas o más certeras, asociaciones: todas ellas son las que tornan vivo un cuento. Sin la lectura, un cuento no es una creación completa, y cuando la lectura es creativa, como la que ustedes proponen, se torna escritura. Ustedes tambien escribieron, dentro suyo, el relato.  
Por si les sirven las mías, aquí van.
Creo que la ausencia de cualquier moraleja la da al cuento una dimensión mucho más humana, y nos permite cuestionarnos, justamente, nuestro propio sistema de valores: ¿sirven los esquemas del tipo bueno/malo, moral/inmoral? Los niños matan a la anciana, pero antes le dieron sentido a su vida, organizada en torno al recuerdo del nieto perdido y por el horario en el que acudirán a ser alimentados. A propósito, no es solo ella la que le da de comer: ellos la alimentan también, trayéndole cada tarde "raciones" de aquel nieto. A mí el título, entre otras cosas, me hace pensar en esos cerdos que se ceban antes de matarlos, para que a su vez sirvan de alimento. Creo que la miseria también ceba cerditos.
Por otro lado, la anciana también guardaba en su “hucha”, cada día, una monedita distinta —una sonrisa, una mirada, unas manos de los niños—; probablemente, sin esa “ganancia”, ella no los hubiera recibido en casa. Esa especie de egoísmo, ¿hace menos dramática su muerte? No lo sé, pero al menos quiebra un poco la idea de generosidad monolítica del tipo del yeso-blanco-inmaculado, al menos para mí.
¿Quién es el verdadero culpable del asesinato? ¿Podemos juzgar con nuestra misma tabla de valores a quien duerme en un catre junto a un cajón repleto de «ropas, chatarra y desperdicios»? Parece que un sistema en el que hay niños que pasan la tarde en una choza vacía, en el que los viejos son olvidados o apartados por sus familias (ese nieto, muerto o lejano, sugiere algún hijo o hija que ni siquiera existe en el discurso de la anciana), genera sus propias «huchas» hinchándose, día tras día, monedita tras monedita, hasta estallar bajo algún martillo cualquiera.
En este cuento, como ustedes bien señalan, la muerte llega sin avisar. No parece haber ningún detonante específico. Pero ocurre que la muerte, la real, digo, la de todos, siempre llega sin avisar —aun cuando sobrevenga tras una enfermedad, ¿acaso sabemos qué determina el golpe final, el último instante?—. Y más allá de la muerte, cualquier otro azar también interviene a cada rato torciéndonos la vida pa´acá y pa´allá, sin explicación, sin que le demos otro motivo que el estar vivos: creo que por eso, y no solo por la crueldad de los chicos, este cuento me genera cierta angustia, que, son todo, no me deja solo un mal sabor. Tampoco las cosas que nos harán bien al cuerpo anuncian su llegada con bombo y platillo
Lo de la mancha y la blancura parece bien atinado, y la asociación con la historia del cerdito me pareció fantástica. Jugando con la idea, también es interesante en sentido contrario: es la casa de los niños, por su precariedad, la de paja, mientras que la de material, la construida con “dormitorio y sala”, es aquella en la que penetrará el lobo.
Por mi parte, yo evoco otro cuento infantil: el del ogro y su jardín al que los niños van a jugar, ¿recuerdan? El ogro los echa —justo al revés que la anciana— y es recién cuando los niños regresan que el jardín reverdece —mientras que aquí se trata de un jardín “parduzco” aun por la presencia cotidiana de los chicos, o tal vez por eso mismo—.
Un elemento importante es otro que señalan: la ausencia de sentimiento. Al menos, de lo explícito: no hay un solo sentimiento enunciado. Todo se muestra.

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