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viernes, 26 de marzo de 2010
Esta semana...
Acerca de "Los Pocillos"
Coincido con ustedes en cuanto a la "visibilidad" que otorgan al cuento y en la mirada sobre la imposibilidad de juzgar éticamente a sus personajes. Me gustaría comentar que, esto que nos parece tan natural esperar de una novela —como son los personajes complejos, "humanizados"— no siempre es tan fácil de hallar en un cuento corto. Incluso hay quien postula, como Isabel Cañelles, que los personajes de relatos cortos son mucho más planos que los de la novela. Creo que este cuento de Benedetti (entre muchos otros, claro) demuestra su error.
Otra cosa sobre la que quería llamar su atención era sobre la imagen de los tres pocillos: tiene que ser económica, es decir, tiene que decir más que lo que dice —como los buenos parlamentos— porque el autor la ha elegido como título. En efecto, no solo nos muestra algún matiz de la personalidad de Mariana ("en un discreto rasgo de independencia", fórmula cuyo adjetivo parece ironizar o resaltar la independencia de alguien tan dependiente del afecto como ella) sino que habla de un trío (anticipando sutilmente al tercero, Alberto, o al tercero excluido, supuestamente, José Claudio, en espejo del vínculo entre los personajes). En este sentido, es también interesante que Mariana desee "emparejar" cada taza con el plato del mismo color: evoca el amor de tipo narcisista que parece ser su modelo. Ella pide lo mismo que da; ella busca, no un vínculo amoroso entre dos personas diferentes, sino el equilibrio de dos igualdades imaginarias.
Acerca del ejercicio con diálogo de Celsa:
De acuerdo con Javi. Parece que has aprovechado muy bien los consejos de Carletti. En efecto, los parlamentos, el equilibrio entre incisos y voz de los personajes, están bien logrados y podrían pertenecer a un relato. Quizás en otro momento, al incluir algo así en un cuento, hubieses "corregido" el error de la peluquera.
Pero lo que más me entusiasma es que hayas decidido proponerte a vos misma un ejercicio en una semana en que, justamente, no había consigna. Me entusiasma y me alegra mucho. Creo firmemente en que las palabras se sostienen siempre de otras, por lo que esa pequeña disciplina invertida en que no pase ni un día sin que uno se esfuerce por expresarse del modo más creativo y potente posible en un texto (no importa de qué extensión ni qué fin concreto tenga) se "amortiza" rápido, haciendo que las palabras se movilicen dentro nuestro generando otras. ¡Bravo, Celsa!
Y, por último, me despido desde aquí de Ovidio, que, como saben, deja de navegar en este barquito. ¡Hasta otra, pibe!
A los demás, si aun quieren zarpar, los reencuentro el viernes 9 de abril, cuando hayamos dejado otra Semana Santa (o no tan santa) a nuestras espaldas. Ojalá que las entradas de hoy les resulten productivas y estimulantes, y encontremos ("encuentemos") muchos dibujos de Burdick revoloteando por el blog.
Consigna: Los misterios del señor Burdick
Hace treinta años llegó un señor a la oficina de Peter Wenders, presentándose con el nombre de Harris Burdick. El señor Burdick le contó que había escrito catorce cuentos y dibujado muchas ilustraciones para cada uno de ellos. Había llevado un solo dibujo de cada cuento, para ver si a Wenders le gustaba su trabajo.
Peter Wenders quedó fascinado con las ilustraciones. Dijo a Burdick que le gustaría leer los cuentos lo antes posible. El artista quedó en llevárselos al día siguiente por la mañana y dejó los catorce dibujos con Wenders. Sin embargo, no regresó al día siguiente ni el día después de ése. Nunca más se volvió a oír de Harris Burdick. A lo largo de los años, Wenders trató de averiguar quién era Burdick y qué le había sucedido, pero no pudo descubrir nada. Hasta la fecha, Harris Burdick sigue siendo un misterio absoluto.
Su desaparición no es el único misterio que dejó. ¿Qué historias acompañaban estos dibujos? Hay algunas pistas. Burdick había escrito un título y un epígrafe para cada ilustración. Cuando le comenté a Peter Wenders cuán difícil era mirar las imágenes y sus epígrafes sin imaginar un cuento, él sonrió y salió de la habitación. Regresó con una caja de cartón cubierta de polvo. Contenía docenas de historias; todas inspiradas por los dibujos de Burdick. Habían sido escritas hacía años por los hijos de Wenders y sus amigos.
Pasé el resto de mi visita leyendo estas historias. Eran notables, algunas extravagantes, otras divertidas y algunas francamente espeluznantes. Con la esperanza de que otros niños sean nuevamente inspirados por los dibujos de Burdick, los reproducimos aquí por primera vez.
Chris van Allsburg
Providence, Rhode Island
Título: LA CASA DE LA CALLE MAPLE
Escritura, por Triunfo Arciniegas
Cada vez que escribo enfrento el misterio, el miedo, la incertidumbre. De poco han servido las historias anteriores. Conozco cierta técnica, cierto manejo de las frases, la mente conserva determinados principios, el cuerpo practica manías inviolables, la mirada se rinde a la disciplina de atrapar las imágenes, pero uno se encuentra desprotegido y nunca se sabe si la criatura poética será digna, si será poética o al menos criatura, si debe conservarse para un posible lector o debe eliminarse. La página en blanco cada vez es una nueva aventura y, como tal, absolutamente riesgosa, diferencia esencial con otros oficios. El artesano mantiene la rutina del oficio: elabora un canasto exactamente como el anterior, con la misma técnica, los mismos instrumentos e incluso en el mismo lapso de tiempo, y así elaborará todos los canastos del resto de su vida. El artista cada vez debe crear un nuevo objeto y repetirse va en detrimento de su arte.
Escribo deprisa, en estado de hechizamiento, por lo general tan pronto llega la idea, que se sintetiza en una sola frase o en una sola imagen que se desencadena en palabras, y me valgo de frases elementales y torpes para despachar toda la materia, para desatar el delirio interior, toda el agua que fluye del pozo de la magia cuya ubicación exacta, como magia que se respete, debe ser ignorada.
Es como una búsqueda entre la niebla: el texto va diciéndose a medida que se avanza. Como tantear en la oscuridad un cuerpo amado: no hay necesidad de abrir los ojos para saber de quién se trata.
Tengo miedo. Pero no un miedo aterrador que paralice, que invite a huir, sino el miedo del hombre que atraviesa la cuerda floja, riesgo y sustento a la vez. El papel en blanco es el vacío. Confiesa el poeta Eliseo Diego con absoluta precisión: “Me da terror este papel en blanco / tendido frente a mí como el vacío / por el que iré bajando línea a línea / descolgándome a pulso pozo adentro / sin saber dónde voy ni cómo subo / trepando atrás palabra tras palabra / que apenas sé que son sino son sólo / fragmentos de mí mismo mal atados...”.
Las palabras no sólo significan el equilibrio, ante el viento de la incertidumbre, sino la salvación. Nunca es fácil pero siempre es fascinante. El trabajo de la frase, la arquitectura de la sintaxis, viene después: asunto de toda la vida. Ahora sólo aspiro a llegar al final de un borrador sin desperdiciar el milagro de la historia. En esta primera versión apenas se consigue un esqueleto, tal vez repulsivo pero en todo caso fundamental para la firmeza de la carne, y uno sabe desde entonces si la historia se ha logrado. Al día siguiente, todavía caliente, digito esta versión en el computador e imprimo de inmediato. Entonces empiezan las lecturas. Tres para cada nueva impresión. Leo y voy corrigiendo, las márgenes se llenan, el texto se enriquece. Vuelvo a limpiar en la pantalla e imprimo de nuevo. A medida que el texto se acerca a su versión definitiva, las correcciones escasean. En ocasiones busco lectores y me regocijo con mi propia lectura, y de pronto encuentro algún paso en falso, algún pasadizo que debo recorrer, alguna puerta que debo cerrar. Aspiro a alcanzar el momento en que deseo que no se mueva una sola coma. Entonces la historia, para mí, ha terminado. Lo que sigue es asunto del lector.
Vivo fascinado por el contacto de la mano y la hoja, por el río de la tinta, por los garabatos de mi letra que quieren fundirse en una línea recta, en una cuerda de secar la ropa. Mi letra es una cuerda que se retuerce al sol, una serpiente que se parte cada dos, tres o cuatro signos. Es un buen invento, una letra rápida que casi alcanza la velocidad de mi máquina de imaginar. Mi oficio no es pensar sino imaginar. No me considero un pensador, un filósofo, sino un imaginador, un bebedor de relámpagos. Soy un hombre que construye un mundo sobre el papel en blanco.
Un hombre de palabras. Como, sueño, respiro palabras. El lenguaje es plastilina, chicle, barro, el material que sostiene mi mundo. Dice Barthes en El placer del texto: “Me intereso en el lenguaje porque me hiere o me seduce”. La seducción de una herida o la herida de la seducción. En todo caso, la seducción de la escritura vivida de una manera irremediable.
En mí todo se vuelve lenguaje. La mirada se transforma en lenguaje, la experiencia se transforma en lenguaje. Lo que no es escritura es como si no existiera. Las cosas existen porque se nombran. Lo que no tiene nombre es lo que no existe. Escribo para nombrar el mundo. Y a su vez, contarlo.
Creo que cada historia tiene su momento. Que una historia no se puede escribir antes de tiempo ni tampoco se puede dejar pasar. En el primer caso, la criatura madura biche, y, en el segundo, se pudre. Es como el amor: en el preciso instante.
¿Cómo es posible una nueva criatura? ¿De dónde viene? ¿Cómo se forma, cómo nace, cómo se reconoce? ¿Existe el mar de las historias?
La mayoría de los escritores reniega de la inspiración, considerada como una invención romántica, pero todos practican diversos rituales a la hora de escribir. Algunos no pueden separarse de una antigua máquina, otros sólo pueden escribir a mano y otros nada más que en ambientes familiares. Algunos preparan el texto mentalmente antes del momento decisivo y otros se enfrentan a la página en blanco como un explorador que parte a una expedición, dispuesto a toda clase de aventuras. Unos prefieren la mañana y otros la noche. La escritura es una dama misteriosa, esquiva y avasalladora a la vez, y para atraparla los escritores tejen sus trampas según su experiencia, sabiduría y magia.
Escribir es una pasión. Requiere tanta entrega, tanta dedicación, y absorbe de tal manera que Marguerite Duras habla con toda razón de “el mal de escribir”. Precisa Duras en Escribir: “Hay una locura de escribir que existe en sí misma, una locura de escribir furiosa, pero no se está loco debido a esa locura de escribir. Al contrario. La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Y con total lucidez”. Por otra parte, según Barthes en El placer del texto, Bataille decía: “Escribo para no volverme loco”.
“Quien conoce el placer de crear no conoce otro mayor”, dice León Tolstoi. Corroboro estas palabras cada vez que leo una buena entrevista de un escritor, un pintor, un director de cine. Confiesa Vargas Llosa al periodista Ricardo Setti: “Yo tengo un gran amor a la vida. Creo que mantengo una enorme curiosidad y apetitos múltiples. Creo que lo que más me gusta es la literatura. Es decir, mi trabajo de escritor, para mí, no solamente es mi obsesión, mi adicción, es exactamente mi gran placer, es lo que me produce una gran exaltación, una gran excitación”. La literatura es una vocación excluyente y el escritor se entrega sin reservas al servicio de su vocación. Concluye Vargas Llosa en sus conversaciones con Ricardo Cano Gaviria: “Porque, para el escritor auténtico, escribir es su única manera de vivir, algo de lo cual no puede prescindir, del mismo modo que el alcohólico no puede prescindir del alcohol ni el drogadicto de las drogas”.
Dice Barthes a propósito de “Flaubert y la frase” en El grado cero de la escritura: “Es evidente que el estilo compromete toda la existencia del escritor y por esta razón mejor valdría llamarlo desde ahora en adelante una escritura: escribir es vivir”.
¿Qué razones hacen que el oficio de vivir se confunda con la pasión de crear? ¿Cuáles son los secretos de esta pasión? ¿Por qué resulta tan devoradora?
“Escribir es tan misterioso como cocinar”, dice Gabriel García Márquez. Buena respuesta. La escritura no se puede traducir en fórmulas, reglas o leyes, por fortuna; de ahí se deriva su inmensa fascinación, su seducción. El infinito mar de las historias mantiene sus secretos.
Por otra parte, la explicación del misterio siempre será inferior al misterio. Nos fascinan los conejos que salen del sombrero del mago mientras nadie nos explique la magia.
Como lectores, somos el público que ve al mago sacar conejos del sombrero, pero como creadores somos el mago. Sabemos algo que el lector ignora, desde luego, pero no todo. El conejo vendrá pero no sabemos de dónde. Vivimos con esta ilusión y lo apostamos todo.
Los escritores confían en la disciplina, en ciertas rutinas salvadoras, reniegan de la inspiración pero no pueden negar ciertos elementos mágicos del proceso creativo: la labor del inconsciente que ata cabos y abre puertas, las historias que casi se escriben solas, la infinidad de lecturas de un texto, la imposición de personajes y temas, pues los temas escogen al escritor y no al contrario y los personajes se rebelan y hasta pretenden escribirse a sí mismos. El riesgo no sólo es parte de la aventura sino una de las delicias del oficio. Ningún escritor tiene todas las preguntas resueltas ni considera que domina la complejidad del oficio. Es más, aprendiz eterno, vive en una búsqueda permanente.
La literatura me ha permitido vivir de una manera intensa y singular. Me ha hecho así. La escritura es mi consuelo, mi salvación, mi equilibrio. Estoy vivo porque escribo y escribo para estar vivo. Escribo para respirar. Escribo para espantar la muerte, que es lo mismo. Entretengo a la muerte, distraigo a la muerte y todos sus oscuros designios. La escritura es una cuerda floja, riesgosa, pero preferible al abismo. La escritura me permite vislumbrar el abismo pero me mantiene a salvo de lanzarme.
No sólo estoy de cara al abismo sino frente al gozo, el regocijo, la intensidad de la vida misma. Sea cual sea el tema, desde el más terrible y doloroso hasta el más feliz, la escritura es un festejo de la vida.
He organizado mi existencia alrededor de la escritura. Todo va o viene de este centro. Nada es posible fuera de este centro. Mi pasión y mi esclavitud. Dice Borges: “La vida exige una pasión”. Esta es la mía, para siempre.
Defiendo con fervor las palabras de Cortázar: “Creo que la literatura sirve como una de las muchas posibilidades del hombre para realizarse como homo ludens, en último término como hombre feliz. La literatura es una de las posibilidades de la felicidad humana: hacerla y leerla”.
Admiro la gente con el poder de fascinar a otros: magos, trapecistas, cantantes, actores, directores de cine, escritores, deportistas, seductores. Inventan un mundo y nos embeben. Nos elevan, nos enriquecen, nos permiten la vida. Hacer parte de este mundo de fascinación que es la literatura es un privilegio, una dicha, un honor. Somos parte de un territorio imaginario porque sabemos con certeza que la imaginación sostiene al mundo.
Más sobre diálogos
A continuación, algunos fragmentos de Cómo crear diálogos, de Silvia Adela Kohan, que me parecen útiles para seguir charlando acerca de... cómo charlar en una historia. Sé que algunos de ustedes ya conocen este material, pero quizás les sirva el recorte que hago o, simplemente, volver a tener contacto con él a la luz de lo que vinimos viendo, de la mano de Carletti.
Condiciones ineludibles
Hay una serie de condiciones para que el diálogo se produzca y sea eficaz. Son las siguientes:
Intencionalidad
Intencionalidad es la motivación que conduce a una frase. Todo lo que dicen nuestros personajes proviene de una intencionalidad determinada. Hablan para decir algo más de lo que dicen y al hacerlo aportan un matiz a su historia, un dato al momento conflictivo, o no, que atraviesan. Sus palabras van ligadas a su personalidad, al contexto y a la situación vivida y pretenden provocar una variante en el curso de los acontecimientos.
Las palabras puestas en boca de nuestros personajes deben tener una justificación. Por ejemplo, si alguien dice "me duele la cabeza", su intención podría ser: mostrarse como un ser debilitado, llamar la atención de otro personaje para que cambie su relación, no participar en una escena, anticipar un determinado desenlace, denunciar un entorno contaminado, etc. Si dice: "Me duele la cabeza, te lo aseguro", se está agregando un refuerzo cuya intención es demostrar que el otro interlocutor desconfía.
Precisión
Las palabras que ponemos en boca de nuestros personajes han de estar pensadas cuidadosamente. Esta noción se vincula a la de exactitud ―la palabra empleada debe tener un significado exacto―; a la de cantidad ―no debemos agregar palabras innecesarias― y a la de riqueza léxica ―nos conviene recurrir al diccionario de sinónimos y no movernos dentro del pobre territorio de palabras repetidas o de las gastadas por el uso.
Naturalidad
Debe sonar natural a los oídos del lector que, más que leerla, escucha mentalmente la conversación de los implicados en la misma. ¿Por qué son tan buenos los diálogos que escriben Ernest Hemingway o Isaac Asimov? Porque no resultan forzados, son absolutamente creíbles y no presentan florituras de ninguna clase: su condición primordial es la naturalidad.
Fluidez
El diálogo debe ser fluido, ha de tener un ritmo propio, como lo tiene la poesía, por ejemplo. Una perfecta adecuación de lo coloquial a lo literario debe complementarse con una perfecta adecuación literaria a lo coloquial. Este ritmo no tiene la misma velocidad en todos los diálogos, la fluidez está ligada indefectiblemente al tipo de situación representada. Raymond Chandler trabaja este aspecto con maestría. Una de las situaciones más rápidas, más ágiles, es la del interrogatorio del relato policial, que supone una gran economía de lenguaje pues el interrogado suele responder con un extracto de lo que sabe.
Coherencia
Hemos de estar atentos a la caracterización de nuestros personajes para que el diálogo resulte coherente. Si son campesinos, podremos recurrir al lenguaje rural, como hace Miguel Delibes; si hemos diseñado uno de ellos de tal forma que tenga tendencia a la dispersión, en determinados momentos tendremos que introducir sus digresiones. Ocupen el lugar que ocupen en el mundo narrado, sean protagonistas o figurantes, lo importante es conseguir que los personajes se expresen de acuerdo con su personalidad. No se puede hacer hablar a un presentador de televisión como a un boxeador, por ejemplo, si deseamos que el diálogo informe sobre las características del personaje.
También hay que considerar la carga emocional correspondiente; así el personaje deberá utilizar las formas verbales adecuadas para aliviar su propia tensión o recalcar una idea. Si está realmente furioso, no se conformará con un "¡qué rabia!" o "¡mira, tú!"; una reacción poco coherente con su estado anímico proporcionará un mensaje ambiguo al lector.
Poder de sugerencia
Durante el intercambio de parlamentos entre dos o más interlocutores, el diálogo debe abrir una incógnita, lo cual se puede traducir como capacidad de revelación. En este sentido, los escritores minimalistas, como Raymond Carver, saben hacerlo muy bien; Henry James, por ejemplo, emplea el diálogo para dar a conocer el "quid" de la novela, lo no dicho directamente.
Además, el diálogo debe ser significativo, revelar la personalidad del hablante.
Verismo
Se considera que el diálogo representa de un modo clarísimo la identidad entre la narración fabulada y el tiempo del discurso, aunque hay casos en que el diálogo parece ser más breve que el real y otros parecen durar más tiempo del posible en la realidad y su veracidad resulta perjudicada. En el primer caso, el lector trata de deducir lo que falta a medida que transcurre la fábula, y en el segundo, es posible que se salte líneas de diálogo para enterarse de qué pasa. Un diálogo veraz por excelencia es el que desarrolla Miguel de Cervantes en Don Quijote de la Mancha.
Interacción
Las palabras que dice un personaje dependen, crecen, cambian en relación directa con las que dice otro personaje. Es tan importante lo que dice el locutor como el interlocutor y uno depende del otro. Coincidimos con Oswald Ducrot que dice: "El examen de los diálogos efectivos demuestra que el encadenamiento de las réplicas se apoya menos en "lo que dijo" el locutor que en las interacciones que, según el destinatario, lo habrían llevado a decir lo que dijo. A "parece que esta película es interesante" (p) se responde con "ya fui a verla" (q), porque se supone, por ejemplo, que se dice p a fin de proponer ir a ver la película, y que q da un motivo para no ir".
Por lo tanto, debemos establecer un equilibrio entre los parlamentos de los interlocutores. La desconexión de sentido entre ellos origina una sucesión de monólogos en lugar de un diálogo.
Continuidad
La continuidad va ligada a la progresión narrativa. Cada frase es un mensaje que envía el que habla al que le escucha; la respuesta de este último surge como una consecuencia de aquél y, al mismo tiempo, esta respuesta va a afectar al que habló antes y al que hablará después, y así sucesivamente. El estímulo entre unos y otros es recíproco y constituye la continuidad narrativa.
Debemos establecer un hilo de continuidad entre los diálogos y atender a dos hebras principales:
1) Los estados de ánimo de los personajes y sus variaciones dibujan una determinada curva.
2) Se ha de tener claro en qué escena y en qué momento de la misma se establecen los puntos culminantes, el clímax, que deben ser destacados de manera conveniente.
[...]
Los recursos lingüísticos
Las palabras que vayamos a emplear en el diálogo dependerán de quién sea el personaje que habla y de cómo y en qué circunstancias lo haga.
Quién habla
En primer lugar, algo primordial es adaptar los términos y las construcciones gramaticales que vamos a usar a la personalidad que queremos definir por medio de ese diálogo. Hay que asignar a cada uno de los personajes un lenguaje propio, que lo caracterice como individuo.
Los diálogos no son meras copias del lenguaje hablado.
En segundo lugar, debemos poner en boca de los personajes determinadas palabras articuladas según determinadas condiciones que respondan al lenguaje de la vida real, pero que la trasciendan. Los textos literarios dialogados son recreaciones de la lengua hablada, el lenguaje coloquial representa una modalidad oral-conversacional, pero no debemos intentar copiar el discurso oral, sino respetar su ritmo fragmentario, en el que no se puede tender una línea recta, sino que zigzaguea, para conseguir la fluidez.
Como dice Adolfo Bioy Casares: "Hay que tener en cuenta el tono, la manera de hablar de las personas, no la copia servil; creo que es utilísimo, que da vida a los personajes y facilita la lectura. La limitación del diálogo impide que el autor se asome a cada rato en la narración. Es un buen signo que no se oiga la voz del autor; todo suena más espontáneo".
Sin embargo, se impone conocer los rasgos del lenguaje real para no irnos al extremo opuesto y elaborar diálogos falsos o imposibles. Normalmente, en la vida real los hablantes se interrumpen unos a otros, se superponen, se producen lapsos de silencio o gestos en lugar de palabras; se emplean frases inconclusas, mezclan cualquier tipo de discurso con el discurso cotidiano y trivial.
Del mismo modo, un diálogo narrativo puede incluir titubeos, rupturas, cambios bruscos de tema, interrupciones, elementos de carácter fático, imprecisiones. A medida que fluyen las palabras, pueden ser interferidas por recuerdos, cambios anímicos, observaciones hechas al pasar, etc.
Ejemplo:
―Eres tú, Michael. De pronto te has puesto apasionado sin venir a cuento. No estás diciendo nada especial.
―Bueno, Brahms me dice que sea expresivo.
―¿Dónde? ―pregunta Piers, como se le hablara a un niño idiota―. Dime exactamente dónde.
―Compás quince.
―En mi partitura no dice nada.
―Mala suerte ―digo, cortante. Piers lee mi parte con incredulidad.
―Rebeca va a casarse con Stuart ―dice Helen.
―¿Qué? ―dice Piers, perdiendo la concentración―. Estás bromeando.
VIKRAM SETH, Una música constante
Para plasmar escenas con exactitud y originalidad, después de recoger material diferente de las conversaciones que escuchamos al pasar y filtrarlas, debemos saber qué dirían los personajes porque los hemos observado lo suficiente en nuestra imaginación.
Cómo habla
En la ficción no hay lugar para frases que no sean significativas: aun la conversación más intrascendente debe mostrar algo de los personajes implicados.
A cada personaje le va bien un tipo de expresión verbal específica y una organización del discurso que puede permanecer así a lo largo de todo el conjunto o cambiar.
Una voz que habla en un relato lleva incorporada una forma de ser, lo que equivale a un repertorio de recursos lingüísticos, un modo de emplear esos recursos, una actitud ante la palabra, etc. Tenemos que hacerles hablar de acuerdo con su papel.
La acertada selección lingüística permite construir diálogos sugerentes, que dicen más de lo que aparece; así, el uso del diminutivo que indica un temperamento afectivo o el de la hipérbole, la exageración, que indica una tendencia a la fantasía o la magnificencia; la metáfora, que determina la pertenencia a uno u otro estamento social, según el tipo de metáfora de que se trate.
Ejemplo:
―Abbot y Bessie ―añadió al llegar―, creí haber dejado claro que no quería ver a Jane Eyre fuera del cuarto rojo hasta que yo viniera a buscarla.
―Pero es que, señora, no sabe lo fuerte que ha chillado la señorita Eyre ―respondió Bessie con voz suplicante.
―Pues que chille ―fue la contestación―. Y tú, niña, suelta la mano de Bessie. Puedes estar segura de que por esos procedimientos no te vas a ver libre. Aborrezco las farsas, y más cuando el farsante es un niño. Es mi deber enseñarte que esos trucos no van a hallar eco; al contrario, ahora te quedarás encerrada una hora más, y sólo saldrás cuando alcances un total equilibrio y te muestres sumisa.
CHARLOTTE BRONTË, Jane Eyre
El buen diálogo depende del ajuste perfecto entre qué dice el hablante y por qué dice esas palabras, para lo cual el buen dialoguista debe plantearse la intención que impulsa al personaje a decir lo que dice.
Modismos
En principio, y dado que cada profesión, cada forma de vida, tiene sus modismos, su vocabulario propio, si pretendemos dar vida a un individuo determinado, debemos informarnos acerca de los términos específicos, léxico y sintaxis, con que se expresaría dicho personaje para no cometer deslices que hagan menos creíble el relato.
Los personajes poco ilustrados utilizarán frases más bien cortas, unidas por conjunciones. Pocas veces usarán oraciones subordinadas, tenderán a servirse exclusivamente del indicativo, e incluso es posible que transgredan algunos tiempos verbales, que digan "si no habrías venido" en lugar de "si no hubieras venido", por ejemplo. Su vocabulario será más bien limitado, y con cierta frecuencia se servirán de muletillas e interjecciones varias que insertarán en mitad de una frase. Por el contrario, si los hablantes son unos eruditos su habla será más ampulosa, y más exacta. Usarán términos de su profesión, utilizarán correctamente los tiempos verbales y su vocabulario será amplio y variado.
Si en una conversación se incorpora un personaje que hable con un acento determinado, extranjero o defectuoso, por ejemplo, esta diferencia nos permite originar una serie de conflictos, escenas nuevas que reconduzcan el relato y que sin ese acento particular no hubiéramos podido desarrollar.
El modo de hablar puede ser indicativo del origen y permitir el desarrollo de nuevas escenas.
Jergas
El aspecto de las jergas, el de las hablas marginales, es más complicado. Decía Raymond Chandler que sólo hay dos tipos de jergas aceptables para el escritor: "el slang que se ha establecido en el lenguaje, y el slang que uno mismo inventa. Todo lo demás es propenso a pasar de moda antes de alcanzar la imprenta". Y agrega: "Tuve que aprender norteamericano igual que si hubiera sido un idioma extranjero. Para aprenderlo, tuve que estudiarlo y analizarlo. Como resultado, cada vez que uso slang, coloquialismos, lenguaje malicioso o cualquier otro tipo de lenguaje no convencional, lo hago deliberadamente".
Un ejemplo perfecto de jerga inventada puede ser La naranja mecánica, donde el autor, partiendo del vocabulario ruso crea el nadsat, la lengua juvenil que hablan los pandilleros de la novela. Burgess introduce tan bien el nadsat en su novela, de una forma tan paulatina, y con un contexto tan esclarecedor que uno apenas necesita mirar el glosario que incluyen algunas ediciones del libro para comprender su significado.
Se pueden emplear los modismos y las jergas seleccionando aquellas palabras más representativas, para que el lector identifique el habla particular del personaje, pero hay que dosificarlas, pues pueden hacer perder naturalidad al diálogo.
La expresión adecuada
Así se expresa un personaje, así es. Para que las expresiones adquieran la fuerza que el relato exige, es necesario conocer a fondo el material con el que se trabaja y la personalidad del personaje correspondiente. Del mismo modo que solemos identificar a una persona conocida por su entonación, su timbre, su forma de organizar y articular las palabras y el tipo de lenguaje que usa, podemos también hacerlo con cada personaje de un relato a partir de sus parlamentos. El diálogo permite:
• Definir su personalidad y sus intenciones como consecuencia de sus palabras.
Ejemplo:
En Madame Bovary, de Flaubert, el diálogo entre Emma y el cura define a Emma como un ser que busca consuelo sin encontrarlo porque el cura tiene una visión limitada. A este respecto, dice Flaubert en una de sus cartas: "Finalmente empiezo a ve un poco claro en este dichoso diálogo con el cura. [...] Ésta es la situación que quiero presentar: la mujer, en un acceso de fervor religioso, acude a la iglesia; encuentra el cura en la puerta, y en la conversación (el tema no está decidido) él se muestra tan estúpido, vacío, inepto, torpe, que ella se marcha hastiada, ya disperso su sentimiento religioso. Y el sacerdote es un buen tipo, incluso diría que es excelente. Pero no piensa más que en los males del cuerpo (los sufrimientos de los pobres, la carencia de alimentos y de calor) y no entiende las apostasías morales ni las vagas ansias místicas; es castísimo y practica sus deberes religiosos".
―¿Cómo os va? ―agregó.
―Mal ―respondió Emma―. Sufro.
―Bueno, también yo ―replicó eclesiástico―. Estos primeros calores os debilitan extrañamente, ¿verdad? En fin, qué queréis, hemos nacido para sufrir, como dice San Pablo.
Pero, ¿qué piensa de ello el señor Bovary?
―¿Él? ―exclamó Emma con un gesto desdeñoso.
―¿Pues, qué? ¿Acaso no os receta nada?
―¡Oh! ―dijo Emma―, no son los remedios de la tierra los que necesito.
• Diferenciar a los personajes y señalar las relaciones existentes entre ellos.
Necesariamente, y ya que el diálogo lo permite, debemos escribir diálogos con un discurso que permita diferenciar a los personajes entre sí y establecer el tipo de relaciones existente entre ellos de un modo ágil y significativo. La caracterización que se hace en una escena puede mantenerse durante toda la novela o ser distinta en escenas anteriores o posteriores.
Ejemplo 1:
En el siguiente fragmento, el contraste intelectual entre ambos personajes es evidente:
―Vamos a ver, Lucía: ¿Vos sabés bien lo que es la unidad?
―Yo me llamo Lucía, pero vos no tenés que llamarme así ―dijo la Maga―. La unidad, claro que sé lo que es. Vos querés decir que todo se junte en tu vida para que puedas verlo al mismo tiempo. ¿Es así, no?
―Más o menos ―concedió Oliveira―. Es increíble lo que te cuesta captar las nociones abstractas. Unidad, pluralidad... ¿No sos capaz de sentirlo sin necesidad de ejemplos? No, no sos capaz. En fin, vamos a ver: tu vida, ¿es una unidad para vos?
―No, no creo. Son pedazos, cosas que me fueron pasando.
―Pero vos, a tu vez, pasabas por esas cosas como por esas piedras verdes. Y ya que hablamos de piedras, ¿de dónde sale ese collar?
―Me lo dio Ossip ―dijo la Maga―. Era de su madre, la de Odessa.
JULIO CORTÁZAR, Rayuela
Observación:
Él analiza desde el conocimiento intelectual ("las nociones abstractas") y ella necesita pasarlo por su cuerpo, vivirlo para entenderlo. La relación entre ambos: Oliveira actúa como el dueño del saber y trata de enseñarle a ella ("concedió", "No, no sos capaz"). La Maga lo escucha, pero no abandona su forma de enfocar el mundo.
Ejemplo 2:
En el siguiente fragmento, se nota la diferente manera de pensar de ambos personajes, ella más contundente, él más irascible y escéptico.
―Hay cantidad de coches esta noche ―observó Edith.
Él se quejó:
―No habría tantos si hubiéramos llegado a tiempo.
―Habría los mismos. Sólo que no los habríamos visto. ―Le pellízcó en la manga, para fastidiarlo.
Él remachó:
―Edith, si queremos jugar al bingo, tenemos que llegar pronto.
―Calla ―respondió Edith Packer.
James encontró un sitio y aparcó. Apagó el motor y las luces. Comentó:
―No sé si voy a tener suerte esta noche. Cuando estaba haciendo los impuestos de Howard presentía que iba a tener suerte. Pero ahora creo que se me ha pasado. No parece buena suerte tener que andar casi un kilómetro sólo para jugar.
―Tú pégate a mí ―le animó Edith Packer―. Te daré suerte.
―Ya no siento la suerte ―se lamentó James―. Cierra tu puerta.
RAYMOND CARVER, De qué hablamos cuando hablamos de amor
Observación:
Con una sola palabra se puede retratar a un personaje. El uso del modo imperativo del verbo ("calla", "cierra") ―en el ejemplo precedente― retrata a una enérgica Edith frente a un James más depresivo.
[...]
Riesgos: los problemas más comunes
Se puede establecer una clasificación atípica de diálogos tomando como base los problemas que pueden presentar. Sin embargo, debemos tener en cuenta que, en ocasiones, el diálogo que resulte problemático en un determinado contexto, podría ser adecuado en otro. Por lo tanto, lo que se acepta como error o problema en un caso puede ser un hallazgo en otro. A menudo, cuando pasa esto, es que hay una falta de motivación e intencionalidad por parte del personaje.
Los problemas más habituales son:
- Diálogo excesivamente literario.
Es el que pone énfasis en el texto para ser leído, depende de las reglas gramaticales, mientras que el diálogo para ser hablado se construye a base de coloquialismos, abundantes en incorrecciones gramaticales. Ni uno ni el otro puros son aconsejables sin una justificación. Tampoco es bueno producir la impresión de un texto muy pulido, sino la de una conversación espontánea.
- Diálogo ampuloso.
Consiste en emplear una forma de hablar afectada, solemne o propia del lenguaje administrativo, apto en ciertos medios laborales, y que en determinados ejemplos, como el que sigue, sería correcta para un personaje cómico o patético:
―Me complace decirte que te he traído este regalo porque te has portado muy bien conmigo y me inunda la emoción.
- Diálogo incompleto.
Es el diálogo construido con frases muy cortas que expresan poco:
―Tengo frío.
―Yo no.
―Cierra la ventana.
―Ahora mismo.
―Gracias.
―Ponte un abrigo.
―¿Tú no quieres uno?
- Diálogo reiterativo
Consiste en reiterar lo mismo de maneras diferentes. Sólo debemos reiterar la información si es estrictamente necesario para destacar un detalle, fijar una fecha o definir un carácter. De lo contrario, la redundancia no aporta nada nuevo y diluye la intensidad.
- Diálogo demasiado extenso.
Consiste en alargar demasiado los parlamentos. Un relato excesivo fatiga al lector; esto ocurre cuando un personaje explica su biografía, sus problemas, como si de un discurso se tratara.
- Diálogo indiferenciado.
Es aquel según el cual todos los personajes hablan igual. No existen diferencias de personalidad. Es válido este diálogo si queremos crear un mundo homogéneo, de ciencia-ficción, por ejemplo.
- Diálogo inútil.
Cuando los personajes no aportan nada al avance de los hechos, a la definición de un estado, a la resolución de un conflicto.
- Diálogo imposible.
Es el diálogo artificioso, al que parece que le faltara algo, que no parece real aunque formalmente sea correcto. En general, este problema se debe a que no está definida la motivación del personaje y, en consecuencia, la intencionalidad del diálogo.
Diálogo elocuente "versus" diálogo pobre
La elocuencia es la facultad de escribir (o hablar), y es la fuerza de expresión que tienen las palabras, para deleitar o conmover. Elocución es el modo de elegir y distribuir las palabras y los pensamientos en el discurso. Precisamente, un diálogo elocuente se consigue, entre otros medios, gracias a una adecuada elección y distribución. Un diálogo pobre (en el que la elocuencia brilla por su ausencia) es aquel que, también entre otros factores, abusa de las palabras, explica lo que no es necesario explicar, no permite al lector deducir características del ambiente, modos de ser del personaje, ni suponer qué va a suceder o percibir la tensión o la felicidad en el ambiente. En suma, es un diálogo que no insinúa ni promete. Como consecuencia, el lector se aburre más que escuchando a dos personas hablar en voz alta de un tema intrascendente.
Ejemplo:
El diálogo elocuente:
―¿Qué buscas?
―Las espuelas.
―Están colgadas detrás del escaparate ―dijo ella―. Tú mismo las pusiste ahí el sábado.
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, La mala hora
Observación:
La información está sintetizada. Da cuenta del carácter despistado del personaje y del papel que desempeña su mujer en su vida dentro de un ámbito particular en el que las palabras "espuelas" y "escaparate" son determinantes.
El diálogo pobre:
―Juan, despierta, levántate de la cama o llegarás tarde a la escuela y perderás la primera hora de clase.
―No quiero ir a la escuela.
Observación:
No presenta un proceso de síntesis. No aporta más información que la que expresa: una madre que intenta despertar a su hijo (y que explica más de lo que es necesario explicar: "despierta" y "levántate de la cama" son informaciones similares; "llegarás tarde a la escuela" y "perderás la primer ahora de clase", también lo son); y un hijo que no quiere ir a la escuela.
Para conmover y mantener el interés del lector, un diálogo debe ser dinámico, incluir datos significativos o contrastantes entre sí.
Guión argumental, guión documental, por Simón Feldman
Ejemplo 1: argumental
Personajes: Josefina, 22 años, Ricardo, 25 años.
Situación: Los dos jóvenes son novios y están por casarse en la ceremonia civil, pero él está sumamente retrasado. Los padres de ambos, los invitados y la novia están nerviosos primero, preocupados después. El juez les pide que se retiren de la sala por algunos minutos para permitir que se desarrolle otra ceremonia y dar tiempo al arribo del faltante.
Este ejemplo como tantos otros, puede ser el comienzo de un trabajo de guión para un principiante. Examinar las posibles variantes de ese trabajo puede ayudar a comprender una cierta metodología.
La situación descripta pide, por supuesto, una culminación y una explicación: Ricardo, ¿llegará o no llegará?, ¿cuál es la razón de su tardanza?
A partir de allí, el incipiente guionista comenzará a plantearse las diferentes opciones: decidir si Ricardo llegará o no llegará lo lleva a darse cuenta de que, en cualquiera de los dos casos, debe encontrar la razón de su tardanza, la motivación de su acto: ¿es voluntario o involuntario?, ¿a último momento decidió no casarse?, ¿por qué? O bien: ¿lo atropello un automóvil?, ¿equivocó el sitio de la ceremonia y está en otra parte?
En cuanto comienzan las preguntas, se advierte que faltan datos que permitan orientarse para definir un guión creíble.
Si Ricardo es mujeriego, Josefina deducirá que ha huido con otra mujer. Si es afecto a la bebida, lo hará buscar en sus bares habituales. Si es impuntual esperará.
Si Josefina, a su vez, tiene sentido del humor, tratará de dar un giro divertido a la situación. Si es colérica, armará un escándalo. Si es avispada, habrá enviado a alguien a buscarlo antes de la ceremonia y ahora estará tranquila sabiendo que lo traerán.
Pero las respuestas no terminan allí.
¿Cuál es la relación que mantienen? ¿Hace mucho tiempo que se conocen? ¿Tienen problemas económicos? La relación entre las respectivas familias ¿es buena o mala?
A esta altura de los interrogantes comienza a verse con claridad cuan importante es la caracterización de los personajes y el tipo de vinculación que los une, a ellos y a su contorno. Asimismo se verá que es necesario determinar las motivaciones de la situación y el ámbito en que se desarrolla.
Cada uno de estos aspectos juega un papel importante en la construcción de una historia.
La caracterización permitirá conocer la edad y el temperamento de los personajes, la ocupación laboral, su relación con los demás e inclusive sus ambiciones personales que, a menudo, determinan conductas. Cada uno de estos aspectos deberá ser analizado en función de los hechos que se pretende desarrollar.
La vinculación que los une marca también el tipo de conflicto que se va a describir. Recordemos que al hablar de “conflicto” no nos estamos refiriendo necesariamente a un enfrentamiento, sino al tipo de relación que se establece entre dos o más personajes, o a la relación entre uno de ellos y su contorno, o al de cualquiera consigo mismo: quién quiere algo y quién o qué se le opone o lo condiciona.
Las motivaciones, explícitas o implícitas que guían las acciones descriptas, no sólo permiten conocer las causas que determinan una conducta sino que ayudan a discernir el curso de los acontecimientos a relatar.
Por último, el ámbito donde los hechos se desarrollan tiene una importancia mucho mayor de la que a primera vista pueda creerse. La misma situación se vive de manera muy distinta si tiene lugar, por ejemplo, en una iglesia o en una oficina, en un dormitorio o en un parque. Y cada uno de esos ámbitos, además, cambia de carácter si es de noche o es de día, de madrugada o a la caída del sol, si llueve o está despejado.
Si aplicamos las consideraciones precedentes a la situación y a los personajes de nuestro ejemplo, será muy simple darse cuenta de que el guión puede tomar distintos caminos.
Las caracterizaciones que imaginemos para Josefina, para Ricardo y para los invitados a la ceremonia impondrán variantes apreciables. Si no sólo Josefina es colérica, sino también sus familiares, la situación derivará fatalmente en un escándalo. Si ella lo es y sus allegados, en cambio, son pacientes, se producirá un sub-conflicto entre ambas caracterizaciones.
La vinculación entre el joven y la muchacha será distinta si los une una pasión ciega, un cariño afectuoso o un interés económico.
Las motivaciones que los llevan a unirse en matrimonio también tendrán influencia concreta en la escena que debe escribirse. Si las de ella son muy fuertes y las de él muy débiles o si, en cambio las de ella son las motivaciones débiles, el cambio será visible. En este último caso, la espera de ella será menos apremiante y hasta si exageramos, puede estar pensando: –¡Ojalá que no venga!...
El ámbito condicionará el carácter y la intensidad de las reacciones de todos los presentes: iglesia o dependencia civil, presencia o no de personas ajenas también.
Pasemos ahora a suponer que todos estos aspectos han sido determinados y que ello ha dado origen a una breve línea narrativa que comienza un par de días antes de la situación descripta en el ejemplo.
Sintéticamente, la historia podría ser ésta:
“Josefina es una muchacha dominadora, pertenece a una familia muy adinerada y la une a Ricardo un cariño moderado, pero admira en él su capacidad profesional y el futuro brillante que su puesto actual le promete.
Ricardo es un joven tímido, de familia humilde que quiere a Josefina y admira en ella su seguridad y firmeza.
Unos días antes del enlace, Ricardo es despedido de su empleo por una falta.
Mientras culminan los preparativos de la boda, Ricardo está muy preocupado por su situación y no se atreve a comunicárselo a su novia. Esta advierte un cambio en la conducta de Ricardo, pero no sabe a qué atribuirlo. Entretanto él procura recuperar su empleo, sin conseguirlo.
Llegado el día de la ceremonia, Josefina espera vanamente la llegada de Ricardo, rodeada por familiares y amigos. Escándalo.
En medio de la creciente preocupación, alguien llama al lugar de trabajo de Ricardo y se entera que éste había sido despedido.
Los demás son informados. Escándalo familiar.
Esa misma noche, Ricardo se comunica con Josefina. Ella corta la relación.”
Una metodología estructural
Dividimos la exposición de un guión –entendida como el desarrollo de un conflicto– en cuatro etapas:
1) Introducción expositiva: es la etapa que abre la narración enunciando los términos del conflicto que va a desarrollarse a lo largo del guión. Por ejemplo, quién quiere qué, y quién o qué se le oponen. Esta introducción es importante por varias razones, pero sobre todo por dos: a) expone claramente el carácter, de los personajes y la historia en una obra argumental, o la índole de los hechos que se van a exponer en un documental; b) introduce al espectador en el clima de la película o la obra televisiva, ya que el comienzo debe sacarlo de su estado de ánimo previo para sumergirlo emocionalmente en una realidad diferente.
2) Desarrollo y articulación del conflicto: a partir de los términos expuestos en la etapa anterior, aquí se describe la evolución de las acciones del o los protagonistas en la consecución de sus objetivos, con todas sus alternativas anecdóticas o la descripción progresiva de los hechos documentales, en un crecimiento progresivo del interés.
3) Culminación del conflicto: es el momento en que se define la historia: fracaso, éxito o postergación en el objetivo propuesto por los personajes o los hechos que han comenzado a plantearse en la primera etapa y se han desarrollado en la segunda. Aquí culmina un conflicto amoroso, una tensión dramática, una explicación técnica. Es el momento de máxima tensión o de “giro” en la historia.
4) Desenlace: es la nueva etapa de relación entre los componentes de la historia después del giro efectuado en la culminación. El proceso o la acción que se describe ha pasado de un estado a otro a través de la culminación del conflicto.
Con el objeto de hacer más claros estos pasos, daré algunos ejemplos breves. Son temas surgidos en reuniones de estudio en que la propuesta era imaginar historias o recordar hechos documentales que permitieran el trazado de guiones completos que contuvieran las cuatro etapas señaladas.
Personalmente considero preferible comenzar los ejercicios de guión (incluso los de realización) con trabajos breves pero no fragmentarios sino totalizadores, en el sentido de que puedan comenzar una historia y terminarla, aunque sea en un solo minuto de duración.
Es habitual que los principiantes, habituados a ver obras cinematográficas o de televisión de media a dos horas de extensión promedio, consideren imposible contar una historia completa en un solo minuto.
La experiencia concreta los convence de lo contrario.
Y el hecho de tomar, no un fragmento de alguna obra de mayor extensión, sino una breve historia completa, les permitirá no sólo comenzar a ejercitar su dominio del lenguaje del guión, incluso podrá iniciar el análisis de una construcción estructural completa.
También el género documental permite ensayos breves de cuyas características hablaremos más adelante.
Para más informción sobre el autor: http://es.wikipedia.org/wiki/Simón_Feldman
jueves, 25 de marzo de 2010
Respuesta a recorrido: Los pocillos (Javi)
Sé que me salgo de plazo pero, como esta semana tenemos bajas, quería poner algunas líneas. He hecho una lectura apresurada y bastante superficial, pues no me ha dado tiempo a más.
El relato me gusta por lo bien que usa Benedetti el lenguaje, parece plastilina con la que moldea figuritas que uno va viendo. Eso está claro. Lo construye, frase a frase, anticipando el final, y hasta éste, no nos damos totalmente cuenta de ello. Quizá el final me haya decepcionado un poco, pero las imágenes que he ido viendo creo que lo compensan.
Los objetos parecen servirle a Benedetti para hablar de los personajes, para colocarles igual que coloca las tazas. Respecto a los personajes, no me resulta sencillo juzgarles, ni a ellos ni a nadie. Logra que les entendamos y, a veces, incluso que nos violenten un poco. Que buena mano tenía este Mario...
miércoles, 24 de marzo de 2010
Celsa, mi texto: Ensayando con los diálogos
La peluquera, una rubia reteñida de aproximadamente mi edad, me ha prohibido ponerme las gafas.
—Se estropean las mechas de las patillas —me aclara.
Había sacado ya mi libretita verde y mi bolígrafo plegable para escribir algo y entretener la espera. Guardo los artilugios y cierro los ojos. Suena una melodía de estilo turco entremezclándose las voces de una pareja que canta en francés. Es bonita. Pregunto a la peluquera por la canción y los autores de tal prodigio.
—¿Te gusta, eh? —sonríe satisfecha—, es preciosa, sí.(Resto del texto suprimido para la lectura pública para respetar derechos de autor)
domingo, 21 de marzo de 2010
sábado, 20 de marzo de 2010
En tus siasmos
El regreso del hijo pródigo me alegró la semana (¡bienvuelto, Javi!) porque se sumó al hecho de verlos productivos, escribientes, buscadosos, transgresores... Bravo por los tres; a los otros, que leen el festín desde las gradas, los invito a acercarse un poco más al campo de juego. Que es eso aquello de lo que se pierden: jugar.
También me alegró saber que las ideas de Molina les eran útiles y, sobre todo, estimulantes. Así lo fueron para mí. Lo cierto es que la escritura es fantástica a la hora de invitar a quienes uno valora a un paseo de estos, que nos dejan un pelín más confusos, un pelín más abiertos, un pelín más entusiasmados. Siempre es conveniente ir acompañado cuando uno va a darse una vuelta por su propias motivaciones, sus propios miedos, sus propias trabas.
Hoy quería que me acompañasen a otro paseo que surgió esta semana de la lectura de sus textos y de las ganas que, según imagino, los sustentan. Para ello, cedo la palabra a Vargas Llosa, en una entrevista que espero disfruten tanto como yo:
Mario Vargas Llosa y la pasión de escribir
¿Cuál es la relación entre la escritura y el sujeto?
El ejercicio de la literatura enriquece extraordinariamente la visión del mundo en los lectores de buena literatura pero también en los escritores. Uno aprende muchas cosas desarrollando una historia, aprende muchísimo en el campo de la psicología humana.
Cualquiera que ha escrito una historia sabe que los personajes tienen que actuar de acuerdo a ciertas reglas, que la libertad del escritor para crear esas reglas de conducta es bastante limitada; no puede forzar de una manera arbitraria lo que es la experiencia del lector, porque el lector juzga la literatura en función de su propia experiencia de la vida. Si una historia arrolla arbitrariamente lo que son esos supuestos de la vida -que el lector conoce a través de su propia experiencia- la reacción es no creer y ese es el gran enemigo de los escritos: La incredulidad de un lector.
Para vencer la incredulidad, para persuadir al lector de que es cierto aquello que se le cuenta, el escritor inventa técnicas literarias, se vale de toda clase de estrategias, de estratagemas, de tretas para ser aceptado, a veces en contra de su experiencia primera de la vida. Ese es un proceso en el que uno va enriqueciendo muchísimo su conocimiento de la psicología humana y la psicología no está disociada, por supuesto, de los otros órdenes de la existencia.
Por otra parte, si hay algunos otros géneros en los cuales la intuición prevalece o puede prevalecer, puede hacerlo de una manera determinante. Hay un género que es el de la novela, en que la experiencia y el conocimiento son fundamentales. No hay novelistas precoces, a diferencia de lo que ocurre con la poesía. Hay poetas precoces, es verdad. Rimbaud es un poeta que a los 14 años ya había escrito su obra maestra.
Pero no hay nada comparable en la novela. La novela resulta siempre de una experiencia sedimentada y profunda de la vida, una experiencia que se adquiere viviendo y que se adquiere, sobre todo, leyendo. La mejor manera de adquirir una formación para un escritor es leyendo buena literatura y leyendo inteligentemente, no sólo dejándose hechizar, hipnotizar, subyugar por la magia de un estilo, con la eficacia de una técnica, sino también tratando de averiguar qué hay detrás de esa magia, qué hay detrás de ese hechizo que una buena novela ejerce sobre nosotros.
De allí descubre una complejísima estructura formal, verbal, de orden, de construcción de la historia, y todo eso es un conocimiento que no está disociado de la vida, porque las técnicas, las formas artísticas resultan siempre de una cierta manera de vivir, de entender el mundo, de tal manera que todo eso es conocimiento. Es un conocimiento que no se puede identificar, necesariamente, con el conocimiento académico, ni siquiera con el conocimiento racional, pero es conocimiento; es por eso que los grandes novelistas y las grandes novelas enriquecen extraordinariamente nuestra comprensión de lo que es el mundo, de lo que es la historia, de lo que es la vida. Yo iría incluso un poquito más lejos: Diría que la literatura nos da un conocimiento y una dimensión de la vida que ninguna otra disciplina nos puede dar.
La novela, y la literatura en general, nos dan una descripción de aquello que forma parte también de la vida sin formar parte de la experiencia objetiva. Nos da una información muy precisa sobre aquello que no existe en realidad, pero que quisiéramos que existiera y que como ésta es una necesidad tan poderosa lo inventamos, lo creamos, convertimos esas ilusiones en ficciones y esas ficciones -que no forman parte de la realidad histórica- sí forman parte de la vida, porque complementan, de alguna manera, nuestra existencia.
Esa es una realidad humana que sólo la literatura, a través de esas ficciones que crea, nos revela. Es un tema que, desde luego, habría que desarrollar muy largamente, pero creo que se puede resumir de esta manera: La vida no sólo está hecha de verdades, la vida está hecha también de mentiras y unas mentiras que nos contamos nosotros a nosotros mismos porque no podemos vivir sólo de verdades. Necesitamos también vivir de ilusiones, de ensoñaciones, de mitos, de unas irrealidades que la literatura vuelve realidad.
¿Cuál es el proceso creativo de sus libros? ¿Cómo empieza y cómo crea sus personajes?
El proceso que está detrás de cada libro que he escrito -me refiero sobre todo a los libros de creación, no a los ensayos- siempre ha tenido un punto de partida bastante misterioso porque nunca ha sido algo deliberado.
Nunca he elegido con toda frialdad, de una manera puramente racional, escribir una novela, una obra de teatro, un cuento sobre determinado tema.
He escrito las historias que he escrito porque algo me ha pasado, algo que, por alguna razón, para mí oscura, ha dejado en mi memoria imágenes que a los pocos días, a las pocas semanas y a veces bastante tiempo después se convierten en un fermento para la fantasía.
Generalmente cuando digo “bueno, esta es una historia sobre la que yo debería escribir”, he estado ya trabajando sin darme cuenta en esa historia, siempre a partir de experiencias vividas, una persona que conocí, algo que oí, a veces algo que leí, algo que deja imágenes que se convierten poco a poco en un gran estímulo para fantasear alrededor de ellas, para ir creando alrededor, como el embrión de una historia.
Cuando me decido a tomar notas empiezo a trabajar haciendo algunas trayectorias anecdóticas, haciendo fichas sobre posibles personajes, en realidad sin darme cuenta ya he estado trabajando. Todas las historias que he escrito han tenido ese comienzo. No quiero decir con esto que todo lo que he escrito es autobiográfico, no. Ése es siempre el punto de partida y luego, lógicamente, a esas imágenes que si tienen una raíz autobiográfica, se añaden muchas otras que son obra de la invención.
Una cosa que es fascinante para mí es que esas imágenes que desencadenan ese proceso creativo atraen otras. Me ha pasado, por ejemplo, que hace muchísimos años, viendo un libro de historia del anarquismo español, leí que un grupo anarquista de Barcelona -cuando el anarquismo tuvo mucho auge, en el siglo XIX- había quedado fascinado con las teorías de Franz Joseph Gall, quien inventó la frenología, una seudociencia bastante popular en el siglo XIX, según la cual en los huesos de la cabeza estaba representada el alma, la psiquis de la personalidad. Se concluía que, auscultando los huesos de la cabeza, podían determinar perfectamente la psicología, la personalidad y en cierta forma el destino, la historia de las personas. Este grupo de anarquistas catalanes pensó que la frenología era la fundamentación científica del materialismo. Entonces ellos asumieron la frenología como parte de su ideología y se convirtieron en anarquistas frenólogos.
Esta historia me fascinó e inmediatamente me sugirió la idea de un personaje, un anarquista frenólogo. Ahora, si yo escribía en esa época novelas contemporáneas situadas en el Perú ¿cómo metía en una historia peruana contemporánea a un anarquista frenólogo? Era absolutamente írrito al mundo que era mi mundo literario. Entonces me quedé con la preocupación de que a este personaje yo no tenía, simplemente, dónde ponerlo. Bastante tiempo después leí un libro maravilloso de un escritor brasileño que trata de explicarse las razones de una guerra civil que causó estragos en el noreste brasileño en el interior de Bahía, a fines del siglo XIX. A mí ese libro me fascinó tanto que me sugirió la idea de una novela de estirpe histórica situada en esa época y cuando empecé a escribirla de pronto la vieja idea que ya creía enterrada y olvidada del anarquista frenólogo resucitó.
¿Por qué resucitó? Yo tenía allí como almacenado en la memoria sin saber dónde meterlo hasta que empecé a escribir “La guerra del fin del mundo”. Esto me pasa constantemente con las novelas que escribo: Me embarco en un proyecto a partir de una experiencia que resulta enormemente estimulante para la imaginación y en este proceso de pronto van reapareciendo viejos estímulos, viejos proyectos enterrados en el fondo de la memoria, porque en este proceso -que es muy fascinante y que no es un proceso que yo acabe enteramente de entender en términos racionales- tengo la impresión de convertirme en una especie de caníbal, de persona que utiliza todo, se vale de todo lo que tiene allí en su imaginación o a su alrededor para ir amoblando, enriqueciendo esa historia en la que estoy trabajando. Lo único que tengo más o menos claro es la historia que quiero contar y nada más. Yo sé que una historia no es solamente una historia. Una historia transpira luego todo tipo de ideas, de valores o desvalores.
Pienso que si uno quiere trasmitir un mensaje cultural, o de tipo ideológico, de tipo político, religioso, lo mejor es que escriba un ensayo y no que se valga de una ficción como vehículo para determinadas convicciones. Generalmente, las obras literarias que pretenden servirse de la ficción como un instrumento para la propagación de determinadas verdades son muy malas obras literarias, porque no hay en ellas esa libertad que un lector exige siempre de los personajes de una historia. Si un personaje no es libre, si un personaje aparece como el muñeco de un titiritero al que el autor va utilizando o manipulando para que predique, para que haga apostolado a favor de determinada causa, pues se siente que ese personaje no es libre, que ese personaje es un mero testaferro y si ese personaje no es libre pues no me inspira ninguna credibilidad su manera de actuar.
Es fundamental que los personajes de una historia sean libres o parezcan libres a un lector. Creo que el autor debe tratar a los personajes con el máximo respeto y luego de crearlos aceptar que esas criaturas son ya soberanas e independientes, que no se puede forzarlas a actuar de una manera írrita a su propia personalidad, a su propia constitución cultural, anímica o biológica. Esa espontaneidad es uno de los ingredientes fundamentales para que una historia y unos personajes tengan poder de persuasión, que es lo que es lo que hace que ciertas obras literarias les parezcan la encarnación misma de la vida y otras parezcan más bien palabra muerta.
Mientras el literato va creando, ¿qué papel juegan la libertad y la voluntad?
La creación -no solamente la literaria, sino la creación en general- exigen la participación de la totalidad humana. Cuando uno escribe, como cuando pinta o esculpe o compone, lo hace con todo su ser, lo hace con su conocimiento.
Desde luego, lo hace también con sus sentimientos, con sus pasiones, sus instintos, lo hace con sus demonios, con sus obsesiones, todo ello compadece en proporciones que varían mucho, de acuerdo con los géneros y las personalidades que no son idénticas entre los escritores y entre los artistas. Se puede decir, tal vez, que hay algunos géneros en los que la intuición, la emoción y los sentimientos tienen una función más determinante que en otros.
Una de las cosas buenas que tiene la literatura, y el arte en general, es que ellos nos demuestran que a la hora de juzgar al ser humano las excepciones son casi tan importantes como las reglas. En literatura eso es evidente. Cuando ustedes leen la teoría literaria o una explicación literaria sobre determinado autor, sobre determinada obra, con determinada tendencia, inmediatamente descubren que hay tantas excepciones que esas reglas resultan siendo muy, muy relativas. Creo que eso no es casual, sino que demuestra la infinita complejidad y diversidad del ser humano. El ser humano no puede ser encajonado enteramente dentro de una concepción racional sin ser desnaturalizado, deformado. Hay siempre algo impredecible en el ser humano y afortunadamente es así porque si no fuera así la libertad no existiría. Si el hombre respondiera exclusivamente a una determinada concepción podría ser previsible. Afortunadamente no es así: El ser humano está siempre sorprendiendo, está siempre desbordando todas las casillas que tratan de encuadrarlo, de explicarlo y creo que esto lo refleja maravillosamente la literatura. En ella hay una extraordinaria diversidad, la idea del ser humano, la idea de sociedad. La idea de la historia que nos dan un Tolstoi, un Faulkner, un Cervantes o un Shakespeare son inmensamente diferentes y sin embargo nosotros no concluimos esa diferencia, que hay una sola de esas visiones, que es la verdadera y las otras falsas. Son visiones muy distintas, muchas veces contradictorias y profundamente complementarias, porque el ser humano es esa diversidad, ese abanico extraordinario de posibilidades. En ese sentido sí creo que la literatura nos enriquece.
Esa visión de la infinita diversidad del ser humano y de la vida, la manera de cómo la razón y la sinrazón participan en la creación literaria es algo evidente y, por otra parte, para mí es algo de lo cual es muy peligroso establecer normas. Creo que no las hay. Estoy totalmente convencido, a través de mi experiencia de escritor, que uno no escribe sólo con la razón, de ninguna manera. Hay unos elementos espontáneos e inconscientes que van irrigando siempre el trabajo creativo, de una manera difícil de precisar, pero que es inequívoca.
Quizá lo más interesante de un proyecto literario es ver aparecer esos elementos que uno no sabe de dónde salen, ni por qué salen, pero evidentemente salen de uno mismo. Ellos vienen de nuestro inconsciente, de esa dimensión oscura de nuestra personalidad y eso creo que es lo que de alguna manera busca el lector cuando lee una obra de ficción. Una obra de ficción enteramente controlada por la razón suele darnos la impresión de carecer de vida, porque la razón sola no crea la vida.
La vida no es sólo razón. La vida es razón también y es otras cosas. Es pasión, es emoción, es instinto y por eso la vida está hecha de luces y de sombras y hay mucho misterio en ella. Una literatura que no es capaz de mostrar esas características de la vida a un lector de una manera espontánea sin que se lo racionalice, le da una impresión de falsedad y de inautenticidad. Entonces el lector hace esa cosa terrible para un escritor: No cree en aquello que le cuenta. Y si el lector no cree en aquello que se le cuenta esa literatura no existe, no vive.
Usted hizo referencia al poco valor que se le está dando a la literatura. ¿Qué podemos hacer los jóvenes para hacer que la literatura siga viva en nuestros corazones?
No recuerdo exactamente la referencia, pero me parece que tiene que ver con un debate que está en actualidad y es cuál va a ser el futuro de la literatura. Es algo sobre lo que existe una cierta incertidumbre, en un mundo de revolución audiovisual. Con la aparición de nuevas tecnologías, ¿qué va a ocurrir con la literatura, la cultura del libro se va a mantener? Hay grandes pensadores, grandes críticos que son muy escépticos sobre el futuro de la literatura, entre ellos George Steiner, quien es uno de los grandes críticos literarios, justamente una de las eminencias que ha producido la cultura del libro. Él cree que la literatura está en un proceso de declinación después de durar poco o mucho, pero que en el futuro el mundo de la literatura va a desaparecer o va a convertirse en un mundo muy minoritario y marginal, porque la cultura va ha tener un sesgo fundamentalmente audiovisual. Dice que habrá algo que se llame literatura, la literatura de los ordenadores, de las computadoras, pero que no tendrá esencialmente nada que ver con lo que esencialmente entendemos por literatura.
Bueno, no soy adivino, de tal manera no sé lo que va a ocurrir, pero creo que esa preocupación está justificada, de hecho que las estadísticas nos dicen que se lee más que antes. Creo que también es cierto que esa estadística es un tanto engañosa porque quienes leen hoy día dan una cabida mucho más pequeña a la literatura o a los libros en sus vidas, que la que daban los lectores de antaño, aunque esos lectores de antaño fueran minoritarios.
Lo que sí me atrevo a decir es que si la literatura desaparece o se convierte en una actividad más bien marginal en el futuro habrá un gran empobrecimiento de la cultura y de la vida en general, aunque esa vida en sus logros económicos refleje un extraordinario progreso. Creo que la literatura cumple una función que no es reemplazable con los medios audiovisuales, el dominio del lenguaje. No hay nada que la reemplace como manera de tomar posesión de una lengua, hablar bien, saber expresarse con coherencia y eficacia. Esto no es sólo dominar una técnica de expresión, significa saber pensar mejor. Quien domina una lengua piensa mejor, es capaz de comunicar con mucho más matices, precisión y exactitud sus experiencias y su conocimiento del mundo.
Por otra parte, la literatura es una de los pocos denominadores comunes que nos queda en el mundo, donde la especialización avanza de una manera arrolladora. El conocimiento se ha fragmentado, ha ido especializándose y esa es una tendencia que no va a disminuir, sino que va ha ampliarse cada vez más, justamente con el enriquecimiento extraordinario de las tecnologías, las ciencias. Por eso, la literatura es uno de los pocos denominadores comunes que existen. Allí, en la literatura, el ingeniero, el arquitecto, el físico, el químico, el albañil encuentran un terreno común, donde descubren que por debajo de todas esas diferencias hay una unidad profunda, una unidad que tiene que ver con nuestra condición, con nuestros sentimientos, con nuestros sueños, con nuestras pasiones. Nos recuerda que formamos parte de una fraternidad o una comunidad. Con su desaparición uno de esos denominadores comunes que mantiene todavía la especie solidaria desaparecería.
Creo que hay muchas otras razones para defender la literatura como algo esencial a la vida humana, pero quiero citar una sola: La literatura es una fuente de rebeldía frente a lo existente, y si desapareciera crearía condiciones para que el mundo fuera infinitamente más conformista, incluso para que la comunidad humana fuera manipulada o esclavizada. Para mí y en ese sentido, la literatura es uno de los grandes valedores de la libertad humana, porque es una fuente de rebeldía, de actitudes críticas frente a lo existente. La literatura con su sola existencia nos está demostrando que el mundo en el que vivimos no nos basta, que está realidad tal como es no es suficiente para colmar nuestras expectativas, nuestros sueños. Queremos algo más porque como seres humanos estamos hechos de esta curiosa dualidad: una existencia que tiene determinadas posibilidades y una imaginación capaz de ir mucho más allá de esos fines y hacerlos presentir y desear una vida más rica, más profunda, mas intensa, más diversa que la que tenemos.
La literatura ha nacido, justamente, de esta dualidad que forma la condición humana: Como no podemos tener todas las vidas que quisiéramos tener, porque estamos confinados por la existencia en una sola vida, hemos inventado una manera de tener esas otras vidas que nosotros tenemos y vivirlas de la ilusión. Ésa es la literatura. Cuando nosotros regresamos a esa vida pequeña, confinada, limitada que es la vida de la realidad, luego de vivir de esa manera arbitraria que nos hace vivir la literatura, ocurre que miramos nuestro entorno y somos mucho más sensibles y lúcidos respecto a sus imperfecciones, respecto a sus limitaciones para colmarnos. Comparado con el mundo donde viven El Quijote y Sancho, ¡qué mediocre, qué pobre es este mundo que nos rodea! Bueno, esa comprobación sin necesidad que nos planteemos política o biológicamente nos hace sentir un malestar respecto al mundo en que vivimos. Ese malestar es una rebeldía, es una manera de decir “no”, el mundo en el que vivimos es un mundo que está mal hecho, y está mal hecho porque a mí me obliga a ir a buscar en el mundo de la ficción aquello que este mundo no me puede dar.
Creo que si la literatura desaparece o se convierte en una actividad clandestina o de catacumbas esa fuente de desasosiego, de crítica, de rebeldía frente a lo existente quedaría sesgada y sería mucho más fácil para los poderes esclavizar a los seres humanos, manipularlos y hacerlos actuar y comportarse como si el mundo en el que viven fuera un mundo bien hecho y capaz de satisfacer todos sus anhelos y sueños. Es decir, la libertad quedaría recortada y amenazada. Por eso, hay que defender la literatura y no sólo como esa fuente extraordinaria de placer que es, sino, antes que nada y sobre todo, porque nos da placer, nos hace pasar unos momentos absolutamente maravillosos, compartiendo esas existencias formidables de los personajes de la ficción. Pero, además y sobre todo porque nos enriquece y, de alguna manera, nos hace grandes y nos hace movilizadores del cambio. Para que el mundo cambie tiene que haber un descontento, conciencia clara de que el mundo tal como es no es suficiente, no es bastante para lo que nosotros queremos y aspiramos. De esta actitud nace el progreso, y para que esta actitud se mantenga y sea viva la literatura es indispensable. Por eso, la literatura de ninguna manera debe ser una especialidad. La literatura es un denominador común, se hace para todos y si se aparta del común, entonces pierde su razón de ser y se convierte en una caricatura de lo que ha sido siempre.
¿Ese cambio de mentalidad que aparece después de “Conversación en la catedral” es un acto puramente racional, es una decisión política o es algo que va creciendo como un proceso de lenta maduración de los mismos cambios de la sociedad y de las ideologías?
Es una pregunta muy interesante que desgraciadamente voy a contestarla de una manera algo esquemática. Sí es verdad que se produjo un cambio en determinado momento, un cambio que tuvo que ver con muchas cosas, con mi evolución política, por ejemplo. Hay un cambio a partir de los años sesenta, no en lo fundamental. Lo fundamental se mantiene, ciertos ideales de mi juventud siguen siendo los ideales del hombre maduro que soy ahora: Justicia, libertad, un destino mejor para mi país, para América Latina y para el mundo. Esos eran mis ideales de juventud. Cuando era joven pensaba que los cambios pasaban por la revolución, exactamente por la revolución marxista, por el comunismo. Después, muy rápidamente, llegué a la conclusión de que no era así, sino que, más bien, eso traía consigo una nueva forma de injusticia que hacía desaparecer justamente esa libertad. Entonces empecé a reivindicar la democracia y luego fue evolucionando a lo que creo ahora soy, un liberal.
Sé que para muchos esa palabra está deformada, caricaturizada sobre todo por los enemigos de la libertad, eso es lo que soy yo ahora mismo. Esto se ha reflejado en mi manera de escribir, ahora, repito, cuando escribo ficciones, cuando escribo novelas procuro desideologizar al máximo mi trabajo intelectual, porque soy muy consciente de que utilizar la literatura como un vehículo para propagar determinadas convicciones es la mejor manera de matarla.
Ahora hay otro aspecto literario y filosófico y quizá ético que es importante: Sartre tuvo una enorme influencia sobre mí. Cuando yo era estudiante universitario leía a Sartre con verdadera pasión. Su concepción de la literatura encajaba en lo que verdaderamente yo quería que fuera: por una parte una vocación artística y, por otra, un compromiso de tipo social y político, algo que era muy fuerte cuando era adolescente, el poder asociar ambas cosas en una misma actividad, según decía Sartre, para mí resultó extraordinariamente estimulante.
A mediados de los años 60, yo estaba viviendo en Francia y Sartre se volvió muy escéptico respecto a los poderes de la literatura. Recuerdo siempre como un hecho traumático para mí una entrevista que él dio a un periódico de París, “Le Monde”. Una entrevista que además provocó un gran revuelo en Francia, en la que él decía: “Yo entiendo a los escritores africanos que renuncian a la literatura para hacer la revolución primero y crear una sociedad donde ella sea posible”. Decía que los poderes de la literatura no son los poderes de la revolución, y en un momento determinado hay que dejar la literatura para hacer la revolución y había en ese reportaje una frase que se me ha quedado: “Frente a un niño que se muere de hambre, La Náusea -titulo de una de sus novelas- no tiene ningún peso, no tiene ninguna consistencia”. A mí esa entrevista me irritó de una manera que es difícil explicar. Me sentí traicionado por alguien al que consideraba un maestro. A mí me había hecho creer Sartre que la literatura era una forma de acción y que a través de la literatura uno de podía cambiar la historia, podía luchar por la justicia, por la libertad. Ahora venía a decirme que si yo era un subdesarrollado no podía permitirme el lujo de ser escritor, primero tenía que hacer la revolución, acabar con las injusticias, con las desigualdades para crear una sociedad desarrollada justa donde al fin sería posible la literatura. Es decir, la literatura sería un lujo de sociedades evolucionadas, prósperas y justas.
Es obvio que era una traición, era todo lo contrario de lo que él me había dicho que era la literatura y yo le había creído devotamente durante muchos años. Ya estaba demasiado sumergido en la literatura, era ya mi manera de vivir como para creerle a Sartre esa barbaridad y entonces en lugar de abandonar la literatura abandoné a Sartre y escribí en esos mismos días un artículo muy crítico sobre él. Hay que decir que esa entrevista provocó una gran polémica, fui muy criticado por muchos escritores y él hizo un 'mea culpa', pero matizó mucho estas declaraciones y luego vivió un periodo muy malo de gran decepción. Su compromiso literario, el compromiso de su generación no había traído ninguno de los fenómenos políticos que él esperaba, eso lo llevó a decepcionarse mucho de la propia literatura.
Sin embargo, para mí fue una gran liberación, me dio una libertad a la hora de escribir y yo creo que eso se refleja mucho en las obras que escribo desde entonces. La primera cosa que escribo como ficción después de esa crisis es una novela de humor que es Pantaleón y las visitadoras. No la hubiera escrito jamás antes, porque Sartre, por ser un hombre extraordinariamente inteligente, estaba totalmente enemistado con el humor. En toda la inmensa obra de Sartre no hay ni una sonrisa siquiera. Entonces sus discípulos sentíamos que uno en la literatura no podía ni siquiera sonreír porque el que sonreía no era serio. Cuando me liberé de Sartre empecé no sólo a sonreír sino a reírme a carcajadas a la hora de escribir y descubrí que el humor era una fuente riquísima a la hora de crear y que había ciertas historias y ciertos temas que sólo se podían tratar con una vena festiva.
Fue como un niño que descubre un juguete nuevo. Escribí Pantaleón y las visitadoras y después escribí La tía Julia y el escribidor, que también es una novela donde el humor es bastante importante. Creo que desde entonces el humor ha estado presente en mis obras y eso no hubiera sido posible si no me hubiera librado, a partir de mediados de los años 60, de la influencia de Sartre."
Hasta la semana que viene, amigos.
Los diálogos, por Eduardo Carletti
Pero llega un momento en que los personajes deben actuar en un nivel que ya no es tan fácil de dibujar: los diálogos.
Dice Umberto Eco: «Hay un tema muy poco tratado en las teorías de la narrativa: [...] los artificios de los que se vale el narrador para ceder la palabra al personaje». Los diálogos son lo más difícil de la literatura escrita: no hay un estándar, cada tipo de persona se expresa de diferente manera; no se puede llenar la brevedad de texto con gestos y expresiones, como en el teatro (donde los actores deben ser buenos, además del escritor); los textos demasiados largos pasan a ser discursos y poca gente —excepto los políticos, cuando quieren convencernos de que los votemos— habla con discursos.
Para tener una buena idea de cómo es en un diálogo real es un buen experimento grabar la conversación de un grupo sin que ellos lo sepan; se sorprenderán al ver cómo se expresa la gente en realidad.
La forma de expresión de un personaje, si está bien lograda, indica qué y quién es. Si se sabe llevar un diálogo y se sabe condimentar su contenido, se pueden obviar parrafadas de explicaciones y pesada descripción. El otro extremo es algo parecido a un teatro de títeres: el autor habla a través de muñecos, intentando darles vida, pero se nota que son muñecos porque todos hablan igual. O si no hablan de un modo que —se nota de inmediato— nadie hablaría. En alguna parte leí, como ejemplo, que los personajes hablan a veces como "si recitasen papeles aprendidos de memoria en una mala obra de teatro". Lo de "mala obra" es clave aquí: los personajes de un texto no pueden apelar a la expresión corporal como lo haría un buen actor en una obra con un pobre guión. En una obra escrita, si el texto del diálogo es malo no hay solución, se nota de inmediato: el diálogo es malo, por ende la historia es mala.
El diálogo se puede analizar científicamente, intentando hacer un completa disección. Intentaré enumerar algunos elementos que me parecen clave:
Lenguaje y modo:
Las personas hablan de muy diferente modo según su:
Origen: nacionalidad, provincia, ciudad, barrio, clase social;
Formación: cultura nacional y local, entorno familiar, estudios, lecturas;
Edad: física, mental y cultural;
Inclinaciones: políticas, sexuales, de gustos, culturales;
Emoción que lo domina.
Se suele trabajar en base a "tópicos" o ideas ya hechas sobre los tipos de personas, las franjas de edad y las clases sociales. Pero todo esto es terreno pantanoso: las costumbres de las clases sociales, las formas de expresión de las diferentes franjas de edad, incluso el lenguaje en general de un entorno cultural, cambian continuamente. No se puede basar un diálogo en diálogos leídos en un libro, a menos que todos los parámetros (época, lugar, clase, tipo de persona) coincidan plenamente. Mucho menos de películas u obras de teatro, donde la expresividad de los actores ayuda a lograr lo que no pueden lograr los textos de los diálogos. El escritor debería hacer un "trabajo de campo", procurando escuchar diálogos entre personas de diferentes grupos, al efecto de compenetrarse o al menos comprender que existen formas extremadamente diferentes de expresarse y llevar una conversación.
El escritor jamás debería dejarse llevar por sus necesidades de expresión: el diálogo pertenece al personaje, no al autor. El resultado de un error así suele resultar grotesco: los personajes —para ayudar al escritor a informar al lector— se explican entre ellos las cosas que acaban de vivir (algo que nadie hace), o cuentan sucesos que los emocionan como si fueran doctores en biología que describen una disección, o se mandan un largo discurso más parecido a una clase de Historia que a cualquier tipo de información que se pueda intercambiar entre personas.
Otra falla muy común es repartir un discurso entre varios personajes, este pedazo para Juan, este otro para Pedro, aquel otro para Ignacio, en fragmentos de diálogo encadenados entre sí y llevados siempre en el mismo estilo y con la misma entonación, y en un acuerdo total de intención y expresión, logrando que se note claramente que en realidad habla un solo interlocutor a través de las bocas de varias personas, como si se tratara de un extenso espectáculo de ventriloquía. Este tipo de diálogos se encuentra muy habitualmente en las obras de ciencia ficción.
Estado emocional:
No es fácil expresar el estado emocional de un personaje que dialoga. Las acotaciones constantes pueden quitar ritmo o resultar molestas, y cualquier descripción del estado mental del personaje al principio de la conversación es olvidada rápidamente por el lector si los diálogos tienen contenido de importancia y si los personajes se expresan de un modo neutral que no refleje sus emociones. Y esto último es la clave: las personas se expresan de muy diferente modo según su estado emocional. Si el texto del diálogo no refleja ese estado mental es inútil bombardear al lector con descripciones y aclaraciones. Es necesario aquí, de nuevo, un "trabajo de campo" que nos permita observar de un modo imparcial la manera en que una persona habla si está feliz, o enojada, o nerviosa, o asustada, o se siente mal, o está embobada con su interlocutor, o lo odia, etc. Veremos que las frases se cortan, que el flujo de pensamiento lleva a la persona a saltar de tema y luego volver, que no siempre —o pocas veces— el interlocutor apoya el texto del otro, ayudándolo a seguir, sino que muchas veces interrumpe, complica y deforma el sentido, o habla de otra cosa "descolgada", etc. Un buen diálogo debe tener un poco de este tipo de estructura —demasiado puede hacer confusos los diálogos—, tan habitual en la vida real.
Estructura de las frases y lenguaje:
Justamente, la estructura de las frases de un diálogo está en relación directa con los dos puntos anteriores. El autor debe esforzarse en reflejar características en la estructuración de los textos de diálogo que serían normales en el habla de una persona según cuál sea la extracción social, económica, de edad, etcétera, del personaje que tiene la palabra. Frases más cortas —telegráficas— o extensas y farragosas; oraciones que se cortan; mal uso de algunas palabras o una estructuración más pulcra; reiteración de algunas palabras; uso de términos relativos a un grupo cultural; conjugaciones incorrectas; etc. Además, según el estado mental del personaje, es imprescindible mostrar algún cambio en su forma de expresarse. La variación en la expresión caracteriza y da vida a los personajes mucho más que lo que hacen cuando se mueven por la escena y mucho más que lo que el autor quiera "vender" en las descripciones.
Contenido del texto:
Hay que tener mucho cuidado en los contenidos de un diálogo. Uno debe preguntarse todo el tiempo: ¿Hablaría así? ¿Lo diría así? No siempre es posible responder desde la subjetividad, hay que preguntarse también si nuestro personaje, tal como lo hemos delineado, diría eso y de esa manera. Hay que imaginarlo en una esquina de nuestro barrio, o en el colectivo que toma todos los días, o en su trabajo, diciendo eso que ponemos en su boca. ¿Lo diría así? ¿Qué gestos haría? ¿Se cortaría, largaría un exabrupto en el medio, esperaría la afirmación de su interlocutor antes de terminar? Hay que observar, observar, observar. Insisto, observar gente real, no actores. Cuidado con el cine, cuidado con las novelas, cuidado con las series. Hay mucha, muchísima falsedad.
Explicaciones:
Un defecto muy común es el de introducir excesivas explicaciones en los diálogos: los personajes aparecen explicando lo que el autor desea —o necesita— explicar. Esto suele ser muy malo para los climas. Se debe evitar toda vez que se pueda. Las explicaciones debe hacerlas el autor fuera de los diálogos. O intercaladas. Nunca poner un personaje dando discursos en un diálogo. Es recomendable, en estos casos, extraer la explicación fuera, como en el ejemplo que sigue:
Dentro del diálogo:
—Son muy agresivos —dijo Jorge con odio—. No sabemos de dónde vienen. Tienen naves gigantescas, del tamaño de una ciudad, que se mueven con algún sistema de antigravedad. Se lanzan sobre nosotros desde órbita, sin previo aviso, y en segundos matan a decenas de miles. Dicen los científicos que su comportamiento agresivo se debe a un arrastre genético, que en la parte primitiva de su evolución eran depredadores al estilo de los carnívoros cazadores de la Tierra. Parece que conservan gran parte de esa agresividad que produce la adrenalina (o lo que sea que se vuelca en sus sistemas circulatorios) cuando pretenden obtener algo. Es el instinto de cacería, un estado excitado parecido al que deben sentir los animales que persiguen en jauría cuando se lanzan en carrera tras una presa. Seguramente has visto documentales de lobos: cuando alcanzan la presa entran en una especie de frenesí que los lleva a destrozar la presa en pedazos en instantes, e incluso pelearse feo entre ellos.
Fuera del diálogo:
—Son muy agresivos —dijo Jorge con odio—. No sabemos de dónde vienen.
Explicó que esos seres tenían naves gigantescas, del tamaño de una ciudad, movidas por algún sistema de antigravedad, y se lanzaban sobre ellos desde órbita, sin previo aviso, matando en segundos a decenas de miles. Según los científicos, un comportamiento agresivo que se debe a un arrastre genético.
En la parte primitiva de su evolución esos seres eran depredadores al estilo de los carnívoros cazadores de la Tierra. Al parecer conservan gran parte de esa agresividad que produce la adrenalina, o lo que sea que se vuelque en sus sistemas circulatorios cuando pretenden obtener algo. Son arrastrados por el instinto de cacería, un estado excitado parecido al que deben sentir los animales que persiguen en jauría cuando se lanzan en carrera tras una presa.
—Seguramente has visto documentales de lobos: cuando alcanzan la presa entran en una especie de frenesí que los lleva a destrozar la presa en pedazos en instantes, e incluso pelearse feo entre ellos.
Hemos visto un ejemplo breve, donde no parece haber gran diferencia en el resultado. Sin embargo, en algunos casos es esencial. Este tipo de trabajo de "extracción" de las explicaciones es muy efectivo cuando se hace en parrafadas muy extensas de discurso.
El apoyo de los diálogos:
Le llamo apoyo a las acotaciones que se hacen en o entre los textos que hablan los personajes, tales como "dijo Pedro", "explicó Juana" o "dijo con tristeza", o a veces antes de la línea de diálogo: "Jorge se levantó y dijo con decisión:". Parece que hubiera, en la lengua hispana, alguna contrariedad a estas acotaciones. Suele ocurrir que los autores hispanoamericanos se vayan a los extremos y no pongan absolutamente ninguna acotación, volviendo difícil seguir las conversaciones. Ocurre en un diálogo más o menos intenso que de pronto uno se ha perdido, que de repente el personaje que uno creía era Juana dice algo que sólo puede decir Pedro. Hay que volver atrás y resincronizarse. Considero que esto es lo peor que le puede ocurrir a una historia en la parte de los diálogos. El lector debe saber en cada momento quién habla, sin esforzarse. Y además debe saber cómo habla: si gesticula, si levanta la voz, si lo dice en un tono más bajo, si se emociona, si se nota la agresividad, si apreta los dientes entre frases, si sus ojos brillan o si mira con enojo; si se respalda en su silla o está tenso, inclinado hacia delante, etcétera. He leído cuentos impactantes, poderosos, excelentes, ágiles pero colmados de acotaciones, sin notar que éstas estaban ahí. Sólo las vi cuando analicé el texto, no al leerlo. No es cierto que el lector se traba con estas acotaciones o que éstas frenan o quitan fluidez a la lectura: todo lo contrario, las acotaciones ayudan a leer con mayor claridad y sin "tropezones".
Conclusión:
Por último, es importante acotar que los diálogos son un elemento fuerte e imprescindible en una historia. Jamás hay que evitarlos, porque le dan vida a un historia. No es concebible imaginar una novela sin un diálogo, aunque sí hay cuentos que no los tienen. Los cuentos sin diálogo suelen ser pesados y/o aburridos. Sólo se salvan aquellos escritos en primera persona porque en realidad funcionan como un diálogo (un monólogo) entre el escritor y el lector.
El diálogo da vida y fluidez a una historia. Quita el centro de atención del discurso del escritor y lo lleva a los personajes. Permite que el lector sienta los hechos junto a los personajes, apartándose un poco del autor. Si el lector se identifica con los personajes, esta vida se convierte en sentimiento y emociones. A pesar de que los diálogos sean difíciles de trabajar y nos asusten las dificultades, esforzarse en ellos puede producir un efecto final mucho más intenso que cualquier otro elemento de una obra literaria.
Es un buen ejercicio releer obras que hemos disfrutado mucho buscando los diálogos y analizándolos en estructura y contenido, para ver cómo han sido manejados por el autor