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viernes, 26 de febrero de 2010

La cosa sigue pintando muy bien

Me alegra mucho que se hayan "prendido" a la yapita que les dejé. Como dije en algún comentario, sembraré aquí y allá inicios de posibles relatos para que ustedes los continúen. Desde ya, no seré yo quien determine si será una historia grupal, como se propuso Rosa comenzándola (¡bravísimo, por animarte a desvirgarla!), o si cada uno tomará el inicio por su cuenta. Recuerden algo importante: en otros blogs compartidos, solemos ser miembros; en este, ustedes, tanto como yo, son los autores. No necesitan pedir permiso para pasearse por este blog, atravesar una calle, detenerse en otra.
Respecto de dejar entradas nuevas con textos propios —no comentarios— la idea de que las dejen los jueves responde a un mínimo ordenamiento: si no sabemos cuándo habrá textos nuevos de los compañeros para leer, estaremos entrando para buscarlos a cada rato; los autores, por su parte, no sabrían cuándo esperar los comentarios, etc. Fuera de este encuadre básico, son dueños de hacer con el material que aquí se les brinde lo que les apetezca.

Una cosa acerca de los comentarios a los textos propios: denles tiempo, dense tiempo. No se apresuren a juzgar; aunque seguramente lo hagan por la ansiedad de decirle al compañero algo que lo anime a seguir, esa misma ansiedad puede resultar bloqueante. De un par de líneas escritas no podremos decir mucho, por más perspicaces que seamos en el arte del comentario. Permitan que cada texto cobre un cuerpo antes de sugerir que se le alargue la falda o se le acorte el escote :-)
Lo mismo corre para sus propios textos: al principio, no deberían censurar absolutamente nada —¡ya bastante nos censura nuestra propia cabeza por su cuenta, sin pedirnos permiso!—. Y esta actitud libertaria es incompatible con cualquier exigencia previa. Solo confíen en ustedes mismos: si ustedes ven con claridad la historia que están contando, los lectores la verán tambien. No fuercen las palabras para que resulten "visibilizantes" o cualquier otro -ante. Ténganse confianza, sencillamente. Y téngannosla a los demás, sus lectores. 
Precisamente, a esta lectora que soy le encantaría ver crecer ambas historias empezadas, ya que las dos prometen. Podés darle una nueva oportunidad a tus colegas, Rosa, para ver si se animan a seguir la que iniciaste —como un cadáver exquisito—, o retomarla por tu cuenta. Y lo mismo te digo, Celsa: ese signo de interrogación que dejaste en el "Continuará...?" sólo podés despejarlo vos: a mí sí que me gustaría saber más sobre ese mocito que le mira el culo a la tía asomada a la ventana. Vos dirás. Aunque también podría ocurrir que Javi se entusiasme con lo que hizo el sobrino para tener que llegar tan de puntillas, y retome él la historia...  

En relación a las ideas y observaciones que surgieron en el post de la entrevista a Abelardo Castillo, me parecen todas muy atinadas. Desde luego, yo también habría huido de un taller donde se pretendiera meter mis textos en un molde. La libertad de escoger con qué nos quedamos y qué desechamos me parece fundamental en cualquier taller... y eso incluye desecharlo por entero en legítima defensa.   

Acerca de "Maíz para las palomas", coincido con algunas de las cosas que Celsa y Javi respondieron. Les cuento lo que yo veo en este relato, mi recorrido particular (que no tiene por qué ser mejor o peor que el de ustedes) por si mi mirada les aporta algo más.
A mí este relato me parece una fantástica pintura acerca del tránsito de niño a hombre, pero trazada por una brocha que borra cualquier esperanza de pasaje prolijo y calmo, o incluso, de la prolija y calma división de las etapas vitales en dos mundos claramente separados. El lenguaje, con su habitual afán anestésico —mientras no venga la literatura a sacudirlo, o, en palabras del cuento, mientras no entre "la poesía en la rutina como una cuña de fuego"— quiere convencernos de que, entre los escalones que ascendemos al acumular velitas en la tarta, hay bordes nítidos: "niñez", "juventud" y "adultez" están separadas gracias al lenguaje.
Pues bien, el cuento dice (a mis ojos), que en realidad esa frontera es porosa, o está directamente agujereada. Los protas de este cuento circulan (los dos) de uno a otro mundo casi insensiblemente. La visión de una niñez ingenua, incontaminada de la crueldad de los adultos, es una visión ñoña —grita el cuento (a mis oídos)—: si dejamos los anteojos rosados en la mesita de luz y miramos la infancia sin corsés, veremos que crueldad y ternura pueden convivir en el mismo niño/hombre: "Yo adoraba a todas las aves", dirá el narrador. "Las gallinas, los pollos, las palomas, los pájaros. De los pollitos ni hablar. Verlos me anonadaba de ternura, y al tocarlos me temblaban las manos." Pero es esa misma ternura la que espanta a las aves, que huyen aterrorizadas. Es el mismo narrador el que se las come, y quizás "con más apetito que mis hermanos, puesto que yo era el más gordo". Ternura y crueldad no son dos caras de una misma moneda —me cuenta el cuento a mí—. Son un único rostro, complejo y tridimensional, como esos hologramas en los cromos de los chicos, cuando los mueven en la palma de la mano.
La belleza también es aquí, como mínimo, paradojal: "De las bellas palomas me impresionaban sus ojos estriados y llenos de sangre". No son unos "ojos llenos de sangre" los que esperaríamos que admirara el niño idealizado que nos contamos habitualmente (ese niño travieso, ingenuo, llorón, curioso, juguetón... pero dulce y cariñoso. Es decir, el niño plano que marca el tópico). Este es un niño real —justamente, por ser de papel. Y de un papel escrito por Kordon—.   
El cuento empieza con otros dos mundos en pugna: "Pero niños y niñas ya nos mirábamos con recíproca desconfianza y desdén. Formábamos dos grupos en la clase y en el recreo", pero pronto pondrá en conflicto aquel equilibrio: "Justamente ese año las maestras tuvieron la ocurrencia de sentarnos juntos a varones y mujeres".
Como señalaron ustedes, la barrera de la diferencia sexual no es la única que separa (y une, digo yo): están los grandes, que viven en conventillos y corralones y que son los que conocen el idioma de la calle versus los más pequeños e inocentes, que, en la propia imagen del narrador, no saben nada.
Sin embargo, una vez más, vemos la porosidad en la barrera: el narrador admira a los grandes, y Emilio admira su destreza con el aro; el padre del lecherito es bruto y caza a las palomas para comerlas, mientras que los padres del narrador son educados, de clase media... y también matan a sus aves para comerlas (es verdad que hay una diferencia social, económica, entre quienes sólo pueden comer palomas y quienes acceden a patos y gallinas, y esta puede ser la única barrera realmente infranqueable en el cuento, la única que no se rompe y deja a ambos lados siempre a las mismas personas).
El narrador, que al principio del relato nunca había relacionado las aves que amaba con la comida que devoraba con apetito (y, por lo tanto, no sufría conflicto alguno de conciencia), al final del relato se habrá hecho hombre: entiende perfectamente que, en contra de lo que él creía, su amigo caza palomas, no para divertirse o prodigarles cariño, sino para comérselas, y no solo asumirá ese golpe a su inocencia sino que, gozoso, se sumará a la fiesta: "Me senté al lado de Emilio y pacientemente esperamos que las palomas del cielo bajaran a la tierra." Tampoco ahora vivirá esa caza como un conflicto, pero ya no por no habérsela planteado, sino por haber decidido que así sea. Tal vez en eso consista la adultez.  
Creo que el maíz para las palomas es justamente, en sí mismo, otra de estas síntesis, otra de estas paradojas, la más potente: el mismo maíz que nutre es el que sirve para depredar; el mismo maíz que hace que el narrador deposite toda su confianza en el padre de Emilio es el que le desvelará la verdadera naturaleza del acto, y por eso, de sí mismo. En ese sentido, resulta ideal para título: condensa, sugiere, remite a una imagen concreta de algo trivial, que cobra a lo largo del cuento una importancia enorme.

Espero que también esta semana disfruten con este, nuestro espacio, y que les sea propicio para seguir escribiendo "como el conejito de Duracell", como dijera una de ustedes.

7 comentarios:

Celsa dijo...

Vale, me apresuré a juzgar el trabajo de Rosa porque me confudí de día (era miercoles pensando que era jueves).
Si por aquí nos limitamos a leer y estar calladitos entonces me equivoqué en la idea del taller. Pensé que sería participativo (como el presencial).

No sé..., tengo la sensación de estar en todas partes dando el peñazo..., porque en la intención principal, que era la de animar a los compañeros, he fracasado.

TEXTO SENTIDO dijo...

Después de leer la entrada, ¿en serio te quedó la idea de que pretendo un taller donde todos, menos yo, estén callados, Celsa? Si es así, tiene que haber alguna interferencia en la línea.

Parece que el error en cuanto al texto de Rosa, más que de día, fue, por parte tuya y de Javi, no comprender que Rosa sólo se propuso agregar un par de líneas para que ustedes continuaran el relato. Pero, de todos modos, tus palabras vienen muy bien para reflexionar sobre algo importante, y vamoavé si soy capaz de transmitirlo.

Al taller presencial, traían casi siempre relatos casi completos, por lo que era lógico que pidieran (y recibieran) sugerencias de corrección. En cambio, para bien o para mal, muy pocas veces aportaron una línea que les rondara pr la cabeza sin saber por qué, dos palabras, un comienzo, un final, media idea, una sonoridad... Aquello del texto que es puro futuro y pide, por lo tanto, sólo pista para seguir desplegando las alas y mostrar, no sólo por qué rutas volará, sino si nacerá canario, halcón, cometa Haley o de papel, o Boeing 737.

Tal vez porque no tuvimos esa experiencia en el grupo, es que tanto vos como Javi hicieron lo que acostumbrábamos hacer. O tal vez, por eso que acostumbrábamos hacer, nadie traía esa primera línea tan en pañales. No lo sé. En todo caso, no me creo yo que por algo así respecto de uno de sus textos alguien se desanime de escribir (¡pocas ganas ya traería de casa, digo yo, si se desanimara por eso!), así como creo que por un comentario menos atinado que otros que hace, una persona deba inhibirse de comentar.

Abrazos :-)

Celsa dijo...

GRA DIJO:
"Después de leer la entrada, ¿en serio te quedó la idea de que pretendo un taller donde todos, menos yo, estén callados, Celsa? Si es así, tiene que haber alguna interferencia en la línea".

CELSA DICE:
Por supuesto que no, Gra, si hubiera creído eso no habría llenado el blog de comentarios por todos lados, ¿no te parece?

En todo caso, te pido perdón por el malentendido: creí que debíamos hacer comentarios a "todo" lo que escribieran los compañeros (incluidos estos pequeños inicios que nos sugieres). Ahora ya me quedó claro.

En cuanto a lo de estar calladitos iba más hacia los demás compañeros que, no sé si siguen ahí o se han dado de baja.

Te pido disculpas de nuevo, por el malentendido y por mi impulsividad, que siempre me trae muchos idem.
;)

Textualmente dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Textualmente dijo...

Pues parece que yo tampoco me enteré de la intención con la que publicó Rosa aquel texto. Espero que Rosa no se desanime por mi minúsculo e indefendo comentario. ¿Es así, Rosa? Vamos, ese comentario no mataría ni a una mosca ;)
Yo no me desanimo por los comentarios de los demás. Al revés, me anima mucho ver a gente como yo, trabajando y esforzándose por escribir en vez de irse al cine o tomarse unas sidrinas al sol. De hecho, agradezco que me obsequiéis con comentarios críticos cuando lo consideréis oportuno. Esos comentarios son los que realmente me ayudan, los que me hacen ver cosas que yo no veía de esa manera. Pero entiendo lo que dice Gra. Seré más cuidadoso a la hora de distinguir los textos ya adultos de esos otros que aún están creciendo y necesitan tomar mucho Cola Cao. Yo no sé vosotros, pero yo no gano para Cola Cao...

TEXTO SENTIDO dijo...

No hay, ni hubo, nada que disculpar. Aprovechá esa invalorable y preciosa impulsividad, Celsa, para escribir lo que salga y como salga... que para eso estamos acá, más que para animar a nadie. Que esto es un taller, gente, y no una despedida de soltero. ¿Que hay algunos que leen y no escriben? Pues sí, los hay, me consta. ¿Y qué? Eso no significa, necesariamente, que aprovechen menos el blog, sino que lo hacen a su modo, a su tiempo, a su ritmo, a sus ganas.
No será ni enfadándonos porque no escriben ni preocupándonos por que no escriben que aportemos a nuestro aprendizaje o al de ellos.

Gente querida, ustedes lo dijeron: a escribir se aprende escribiendo. No precisamente comentarios (aunque también), sino poemas, historias, cuentos, cantos, líneas: palabra sobre palabra sobre palabra.

Los que ya lo están haciendo, van genial: ya se han puesto a jugar (los otros estarán mirando bien la comba para calcular el salto).

Distraerse ahora con cosas de gente mayor —ánimos, desánimos, desentendimientos, disculpas... ¿qué es todo eso?— sería una pena.

Abrazos

Rosa dijo...

Yo llegué anoche de un viaje que inicié el jueves. Mi silencio de estos días responde exclusivamente a eso. Estuve toreando la ciclogénesis explosiva y perdiendo todo el tiempo que pude, -me encanta perder el tiempo- en Tierra de Campos, un paraje precioso, que os recomiendo si no lo conocéis.

Tenía pensado responder a los temas, en cada entrada, así que, si os parece bien, lo haré así, a poquines, como un buen conejito duracel.