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lunes, 26 de abril de 2010

Vida bajo tierra, comentario para Javi

Javi:
El relato tiene, a mi modo de ver, una base excelente. Yo no creo que el marco de un cuento le quede escaso, pero creo que el comentario que te hace Celsa se justifica por ciertos saltos entre el pasado y el presente narrativo que no están del todo bien resueltos. Eso puede marear al lector, confundiéndolo y obligándolo a una relectura.
Verás que te propongo continuar la corrección la próxima semana. No dejes de trabajar en ella, porque este me parece, como te dije alguna vez, no solo tu mejor relato sino uno muy, muy bueno.
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Vida bajo tierra


—Si el ruiseñor canta en un entierro —le susurró su madre a Felipe— es que alguien muy cercano no ha perdonado al difunto. [corregí detalle de rayas]

El niño se llevó la mano al oído, como si el mundo sonara de otra manera. Acababa de morir su Tío Filemón, pero a Felipe no le dejaron ir al cementerio. Desde la ventana vio salir a su madre, que se cubría la cabeza con un pañuelo negro y se lo anudaba con fuerza debajo de la barbilla. A lo lejos, Felipe adivinaba los cipreses, unas finas pinceladas sobre la loma, como esperando que el horizonte le confesara por qué el rencor podía sobrevivir a la muerte. [sugiero otro orden, que hace más llana la puntuación y más clara la frase]

Ha pasado X décadas y nunca, hasta hoy, supo si su madre estaba en lo cierto. [sugiero agregado para situar rápidamente al lector en lo temporal del relato]

Felipe había esperado el momento pacientemente, pero el tiempo no dejó de burlarse de él. [aquí hay que marcar que se vuelve atrás de nuevo, después del "hasta hoy"] Se topó con una ristra de años saludables en los que en el pueblo nadie terminaba en el cementerio. Ni siquiera Don Adolfo, que arrastraba sus ciento siete años cuando un rayo le convirtió en leyenda, dejando indemnes sólo sus viejas gafas redondas. [no me cerraba bien lo que venía, con el cambio de sujeto, y te sugiero algo así] Para entonces, a Felipe parecía habérsele distraído la curiosidad. Ya era casi un mozo, en una lucha constante por tapar el agujero que la falta de un padre había abierto en su vida. [esto abre una expectativa: el lector necesitará ver algo de esa lucha: preguntas que le haga a la madre, preguntas que se haga a sí mismo, etc. Veremos si se satisface]

Ayudaba a su madre en las labores del campo, que no daban apenas descanso. Al final de la jornada, un sol de mantequilla [muy buena imagen] se derretía sobre la tierra caliente. Recostado entre dos surcos, Felipe se entretenía viendo cómo se apagaban los campos [otra muy buena]; se estiraba como una vara, retando al cansancio, a la espera de que en ese lugar sólo quedasen la calma y él.

Una tarde, una pareja de ruiseñores le persiguió hasta la puerta de casa. [No hay motivo para usar "aquella", ya que aún no has hablado de ella. Además, despista, porque el lector ya maneja dos tiempos en su cabeza: el que transcurre desde la niñez a la mocedad y el otro, que mantiene clavado en su cabeza con la chincheta del "hasta hoy", y que señala un día puntual en su madurez o vejez (yo aún no sé cuál de los dos, ya que el original no lo marcaba). Si le decís "aquella", debe sostener como puede un tercer tiempo del que no tiene aún ningún referente, porque éste llegará después] Puede que le hubieran elegido eligieran, precisamente a él, justo antes de que él los hubiera elegido eligiera a ellos. [el pluscuamperfecto (hubieran elegido) marca una acción anterior al imperfecto (eligieran) y no a la inversa]

Felipe venía caminando por la carretera, rodeada de campos de labor. Aceleraba el paso cada vez más y, de reojo, vigilaba a esos pájaros que le acechaban. Atardecía y una nube de paja y grano casi invisible flotaba sobre los campos, perfumando el viento. Soplaba con tanta fuerza que los ruiseñores rasgaban el aire, disparados como balas de pluma [¡lindas imágenes!]. [Aquí faltan un par de oraciones que den cuenta de la insistencia de los pájaros: necesitamos sentir que de verdad lo persiguen, que no es un segundito lo que dura esa persecución, sino que realmente hay algo notable en la forma en que no lo dejan en paz] Al doblar la esquina, Felipe corrió hacia el portal para esconderse de sus perseguidores, cerró de un portazo y dedicó un segundo a recuperar el aliento; luego se dio la vuelta y, a través de los cristales, les observó pasar fugazmente [en el original, son los ruiseñores los que pasan fugazmente a través de los cristales. Y a menos que se trate de ruiseñores extraterrestres o suicidas, era un error :-)]. Entró en la cocina algo sofocado, con la camisa por fuera del pantalón, y encontró a su madre, que pelaba cebollas junto a la lumbre [no abuses del punto y coma: entrecortan mucho la fluidez. Por otro lado, paso aquí la descripción de Felipe para que no intrerrumpa en la siguiente oración el hilo lágrimas-cebolla/lágrimas secreto de su madre. Por último, más abajo dirás que se quedó de pie, así que lo saco de aquí. ]. Amparo levantó la mirada los ojos y pestañeó para aliviar el escozor que le empañaba la visión. de su hijo: ahí de pie, enrojecido y con la camisa por fuera. Ella Escondía, tras aquella mirada llorosa, un secreto oculto en cada gesto que no la dejaba vivir [por un lado, los secretos siempre están ocultos. Si no, no lo serían. Además, ya hablás de "esconder", por lo que resulta doblemente redundante. Por otro, me pregunto si "vivir" es el mejor infinitivo que podés encontrar. No me parece del todo expresivo, dado que abarca todo (vivir, sí vive: respira, come, habla, siente, etc.) A lo mejor se te ocurre alguna otra idea más nítida] Siempre presente, como todos los grandes secretos, incluso detrás de una cebolla, capa tras capa.

Felipe se paró junto a ella con la respiración acelerada. [aquí sí que no va coma, puesto que cambia el sujeto] Su madre le tiró del cinturón y se le acercó para remeterle la camisa. Las manos de Amparo estiraban, abotonaban y acomodaban como si tocaran de memoria.[para evitar repetición "remeter"]


—Parece que hubieras visto un fantasma— dijo Amparo sonriendo.

Felipe sonrió también, sin dejar de mirar a su madre pero no dijo ni una palabra. [no veo por qué remarcar que la miraba. Fijate: si hay dos personajes en una misma escena y uno le habla al otro, lo natural es que se miren, a menos que se señale que están haciendo otra cosa que los obligue a dirigir la vista a otro lado. Como se sobrentiende, a menos que la mire de un modo especial, que indique alguna otra info al lector, no hay por qué señalarlo] Su respiración se calmaba por momentos, mientras ella terminaba de colocarle arreglarle el cuello de la camisa. [lo colocó quien cosió la camisa... :-) Sé que se dice así coloquialmente, pero cuando habla el narrador, no debe usar un lenguaje coloquieal] Cuando estuvo listo, Amparo apartó a Felipe con un leve azote en el culo.

Me tienes que hacer un recado, Felipe. Vete al corral a por un ramillete de hierbabuena pidió su madre.

El chiquillo [OUPS, había imaginado a un "casi mozo": ¿quince, dieciséis años? especialmente porque hablaste de una "ristra de años". Revisá aquello para que el lector sepa que sigue siendo un chiquillo] intentó librarse hablándole de esos temibles pájaros que le habían venido persiguiendo. Su madre, como si no le oyera, le mandó a cumplir el recado y comenzó a pelar otra cebolla. A la entrada del pueblo, en un corral medio abandonado, crecían varias matas de hierbabuena.

Unos sesenta años después, Felipe todavía se estremece cada vez que pasa junto a ese corral. Cuando tiene dudas camina: no hay mejor remedio que sacar las preocupaciones a caminar. [estas dos frases no se enganchan bien. Ocurre que la primera es muy fuerte: abre una inmensa expectativa acerca de lo que le va a ocurrir en el corral aquel día en que fue a por hierbabuena, ya que aún lo estremece sesenta años después. La siguiente oración desconcierta, ya que baja abruptamente la tensión, mencionando una costumbre habitual en el personaje —en lugar de algo que le marcó la vida para siempre—, y refiere cosas abstractas (dudas, preocupaciones) en lugar de lo muy concreto que espera el lector. Evaluá si no conviene pasar el párrafito que sigue, sobre el entierro, más adelante, cuando vuelvas al presente, dejando unida la frase que acaba en "se estremece cada vez que etc." con la narración en tiempo pasado de lo que le ocurrió ahí con la pareja de ruiseñores. Es decir, no como si fuese un recuerdo, sino narración de acciones, tal como venías narrando aquel día. Como además se agotó el tiempo de que dispongo esta semana para seguir comentándote el relato, te propongo que para la que viene, vuelvas a colgar la siguiente versión, tomando las sugerencias que te parezcan oportunas de entre las que te hicimos Celsa y yo y modificando lo que desees en lo que resta del relato]

A las doce del mediodía sonará la campana que inicie la marcha fúnebre desde la plaza, siguiendo la estrecha carretera que parte la loma en dos, hasta llegar al cementerio. Hoy entierran al mal nacido de Amadeo. Ésta podría ser la ocasión que Felipe lleva tanto tiempo esperando; pero algo le dice que quizá sea demasiado tarde.

Se para junto al corral y admira las matas de hierbabuena. El pasado brota en ese lugar y le vuelve a suceder como si fuera algo nuevo, camuflado en el presente. Felipe, medio sordo y algo encorvado, gesticula con su bastón en el aire, rebuscando entre las mismas ramas que aquel muchacho al cumplir el recado de su madre. Vuelve a ser ese chiquillo que, endeble como un pajarillo, entró en el corral a recoger hierbabuena sin saber lo que le esperaba allí, cuando se volvió a cruzar con la pareja de ruiseñores. Definitivamente, esos pájaros le buscaban a él.

Pensó que querían jugar, así que se paró y les sonrió un poco. Volvió a caminar, pero los dos pájaros piaban sin parar, suspendidos delante de él; parecían interrumpirse el uno al otro para decirle algo. Felipe se acordó de su recado; era mejor no retrasarse. Intentaba elegir las mejores ramas de hierbabuena, pero los ruiseñores le distraían revoloteando a su alrededor. Se acercaban hasta unas zarzas, iban y venían, y en cuanto el chico les miraba, se perdían de nuevo hacia ellas. Eso pareció convencer a Felipe que, como si les entendiera, se dirigió sin pensarlo hacia el rincón de las zarzas.

Desde que era un niño, Felipe se asoma cada noche a escuchar el canto de los ruiseñores. Les oye cantar a lo lejos, como a su infancia. Ese canto le calma, haciendo del mundo un lugar familiar para él. Sin su cantar Felipe no sería el mismo; como mucho una melodía incompleta, sin armonía, falta de una nota crucial. Anoche el viejo apenas ha podido dormir; los ruiseñores cantaron poco y él se sentía solo entre tanto silencio. Y sin quererlo ha terminado aquí, en el corral, un día como éste, tantos años después. Hoy la hierbabuena huele a lo imprevisto, a lo que está a punto de suceder, igual que aquella tarde. Los recuerdos también huelen, se dice Felipe. Debe ser ese aroma lo que le lleva otra vez hasta ese muchacho de once años.

El olor a hierbabuena flotaba en el ambiente; los ruiseñores se habían encargado de esparcirlo por todo el corral. Felipe ojeó los zarzales, muy espesos, pero no vio nada. Ya tenía un buen puñado, así que reculaba para regresar a casa cuando los pájaros se le cruzaron de nuevo; todavía cree que le dijeron algo. Piaban de tal manera que eso no eran cantos, eran gritos de auxilio. Felipe se echó la mano al cogote y giró el cuello, siguiendo la línea que dibujaban los pájaros en el aire. Los dos ruiseñores insistían en el mismo rincón, se posaban sobre las zarzas y esperaban. El muchacho decidió acercarse otra vez a revisar los zarzales, ahora con el convencimiento de que había algo. El piar cesó de repente, justo cuando Felipe exclamó ante su hallazgo. Entre las zarzas, muy bien escondido, encontró un nido de ruiseñores con dos pollos. Felipe pensó que podría criarlos enjaulados, como el periquito de su primo Rafa. Alargó la mano y cogió uno de los polluelos. Así es como se dio cuenta de que estaba atado con un hilo a una de las ramas. El otro también estaba preso.

Hacía un rato que se le había olvidado la hierbabuena, su madre y el periquito de su primo Rafa. Al ver a los dos pollos ahí atrapados, con esos grilletes de hilo en sus patas, el muchacho echó la vista al suelo y dejó escapar un suspiró. Se llevó el ramillete de hierbabuena a la nariz y con los ojos cerrados inspiró con todas sus fuerzas. Desde una rama cercana los ruiseñores aguardaban en un paciente balanceo, sin perder de vista a Felipe. El muchacho no acababa de reaccionar, envuelto en una maraña de movimientos minúsculos e indecisos, temeroso de que aquellos pájaros no le perdonaran el haber pensado en enjaular a sus crías. Felipe no podía seguir mirándoles; su barbilla, temblorosa, se arrugaba sin merecer el llanto. En un gesto repentino e incontrolable, el muchacho tiró el puñado de hierbabuena contra el suelo.

Se acercó los hilos a la boca y los cortó con los dientes, liberando a los polluelos. Los dejó sobre el nido y retrocedió. Al momento, la pareja de ruiseñores revoloteaba junto a ellos, animándoles a volar. Los pequeños extendían las alas y las agitaban con torpeza. Felipe acompañó su vuelo ascendente, frotándose la nariz y sorbiéndose los mocos, que ya se le confundían con las lágrimas. Piando sin parar, desaparecieron tras las copas de unos chopos. Desde el cielo, los cuatro ruiseñores presenciaron el castigo que cayó sobre su libertador. Aquella liberación supondría una condena para él.

En el pueblo todos dicen que Felipe es capaz de hablar con los pájaros, en especial con los ruiseñores.

—Eran volanderos, sí señor—recalca Felipe—, tendría que haberlos visto, allí atados. Son los pájaros más inteligentes que hay. Tienen mucho conocimiento, ¿sabe usted?—. A todo el que pregunta, le cuenta entusiasmado la misma historia.

A Felipe le sobraría vida si no pudiera hablar de ellos. La frente se le llena de arrugas que, al estirarse, se apoyan sobre sus cejas blancas. Sin darse cuenta, a cada poco, se lleva la mano a su ojo derecho, entrecerrado y recorrido por una abultada cicatriz. Cada vez que llegan forasteros, algunos fines de semana, Felipe merodea hasta la casa de alquiler para entablar conversación. A las tres frases salen sus ruiseñores.

En el pueblo nadie quiso hablar de lo ocurrido. Felipe sentía que a él le miraban de otra manera, como se mira a un culpable. Hoy a lo mejor entenderá el porqué.

El alba asoma y es hora de regresar a casa. Cruza la plaza sin poder librarse de esa bandada de recuerdos que le persiguen —un rumor que anoche a penas le dejó oír el canto de los ruiseñores—. En el bar ya hay luz, pero pasa de largo: hoy no va a tomarse el café. Felipe sabe que seguramente Tino acabaría por preguntarle si va asistir al entierro de Amadeo, pero aún no tiene una respuesta. La que se ha pasado toda la noche buscando, hasta que a las cinco no aguantó más y salió a pasear.

Ese viejo estúpido, y mal nacido, da guerra incluso después de muerto. Con cada paso resuenan las palabras de su madre: “si el ruiseñor canta en un entierro es que alguien muy cercano no ha perdonado al difunto”.

Cuando enterraron a su madre, Felipe no pudo ir a despedirla. Aquella mañana, antes de salir para el cementerio, se desplomó en la puerta de casa. No se despertaba. Una ambulancia se lo llevó a la ciudad. Estuvo cinco días ingresado en el hospital por una subida de tensión que casi se convierte en un infarto.

Tino —el del bar— le contó a Felipe que Amadeo había venido de la ciudad para asistir al entierro de su madre; hacía años que se había marchado, así que a muchos les sorprendió verle de nuevo. Fue la última vez que Amadeo apareció por el pueblo, se dice incluso que ya vendió su casa. Tino también le contó a Felipe que Amadeo se quedó hasta el final, y que dejó una gran corona de flores. Había tantos ramos que hubo que ocupar el hueco de al lado, una tumba vacía, la inevitable compañía de una madre soltera.

Tino fue la única visita que Felipe recibió en el hospital. La enfermera finalmente le permitió dormir con la ventana abierta; debió de pensar que no era más que una cabezonería de un viejo demente y solo. En aquella habitación, por las noches, los ruiseñores siguieron cantando para él. Los médicos recomendaron prudencia con las emociones fuertes; así que Tino accedió a hablarle, muy poco a poco, sobre el entierro de su madre. Dos frases por día, sin incluir la palabra “madre”. Tino es un hombre muy disciplinado; tuvieron que pasar varias semanas hasta que Felipe conoció una crónica completa de aquella fecha triste. El día que averiguó que, al hacerse mayor, las certezas se van quedando en el camino. Tras la muerte de su madre, se le fueron casi todas. Todas, menos la que hoy le espera en el entierro de Amadeo, o la que su madre no fue capaz de confesarle la tarde que llegó sangrando del corral.

Felipe había entrado en casa tambaleándose, con el rostro ensangrentado y la hierbabuena en un puño. Mientras su madre le curaba, él sonreía al acordarse de los ruiseñores volando y piando juntos. Contaba lo que había pasado sin poder evitar que la emoción le estrangulara la voz de vez en cuando, convirtiéndola en un silbido fino y tembloroso. Su madre le agarró la cara con las dos manos, sin decirle nada, mientras el puño del muchacho se aflojaba, dejando escapar algunas hojas de hierbabuena. Ella no quiso llorar delante del chico, aunque Felipe la escucharía durante las tres noches siguientes. Amparo le lavó la boca y guardó el último diente de leche que le quedaba. Le recorrió el pelo con una caricia infinita y después le estampó un sonoro beso en la mejilla; a Felipe le pareció que su madre entera se hacía sonrisa.

—Estoy muy orgullosa de ti. Has hecho lo que debías hacer, hijo mío— le dijo a Felipe.

Desde entonces, su madre le prohibió acercarse al vecino, y menos hablar de él. Hasta tuvo que variar el camino a la escuela para no pasar por la calle donde vivía. No hubo ni preguntas ni respuestas. Nunca jamás se volvió a recordar aquello en esa casa. Ese suceso trajo de nuevo el silencio, el mismo que agujereó a Felipe la primera vez que preguntó por su padre. Un silencio que ha seguido con él a lo largo de los años.

Ya queda poco para llegar al cementerio; Felipe lo sabe por los cipreses, asoman al final de la loma. Camina despacio, mirando el cielo. Recordar la caricia de su madre aquel día, después de liberar a los ruiseñores, le hace brotar una profunda sonrisa. Sus dedos rocosos y torcidos palpan sobre su ceja. Tampoco se le ha olvidado la paliza que le dio su vecino tras la liberación de los polluelos. Amadeo iba a cumplir los veintisiete y estaba tan fuerte como resentido, tanto como para ensañarse a golpes con un chiquillo de once años. No hubo manera de defenderse. A la primera le acertó con el palo en mitad de la ceja, pegándole con el ansia del que te marcará la vida. Pero no fue a causa de los golpes como nació su cicatriz más profunda, la que todavía hoy arruga el rostro de Felipe. Esa cicatriz le acompañaba ya desde su primer segundo en la tierra.

Parado junto a la entrada del cementerio, el viejo alcanza a ver la comitiva funeraria. Le parece reconocer a Tino, en primera fila. Felipe atraviesa el portón de hierro y se para en seco. Ya están bajando el ataúd. Su mirada se cuela entre los asistentes, haciéndose sitio entre las espaldas negras. Es ahí cuando lo descubre, cuando un lento negar con la cabeza lucha contra lo que no quiere creer. Sus pies se hunden en la arena, su cara es la irremediable expresión de lo que termina. El ataúd ya suena a tierra mojada, la de las profundidades, la que enterrará su certeza más profunda.

Felipe acaba de descubrir quién ocupará el hueco que quedaba junto a la tumba de su madre. Un descubrimiento que le vacía por dentro; otra puñalada más del cuchillo de la verdad, la que también le asestó la afilada certeza de que su padre no iba a volver nunca. En la funeraria se habían negado a decirle quién era el propietario de esa tumba; sólo le dijeron que ya tenía dueño. Un cheque puntual que llegaba, hacía años, en envío certificado desde la capital. Alguien se le había adelantado reclamando un lugar en la muerte que quizás en vida no pudo ocupar. Felipe siempre tuvo la esperanza de que fuese el bueno de Tino, o incluso Eladio “el carnicero”, o cualquier otro hombre sin rostro. Cualquiera menos ese mal nacido.

Las últimas paladas de tierra cubren de oscuridad el ataúd. Felipe recula con paso derrotado mientras se seca las lágrimas con la manga de la chaqueta. Se da media vuelta y sale del cementerio.

Desde lo alto del camino, el pueblo es una mancha más en el paisaje. Al bajar se cruza con un pequeño bando de pájaros que se desliza en dirección contraria. Felipe ni siquiera vuelve la cabeza: son ruiseñores; están sobrevolando el cementerio.

Continúa su paso, lento como su cojera, arrastrando los pies como si ya no le quedaran fuerzas para llegar al final del camino. Sin apenas mover los labios, Felipe asiente con la cabeza y susurra para sí:

— Si el ruiseñor canta en un entierro —hace una pausa— es que alguien muy cercano no ha perdonado al difunto—.

Mientras tanto, en un instante interminable, los ruiseñores se van alineando sobre el muro del cementerio. Incluso el silencio parece esperar el momento.

12 comentarios:

Celsa dijo...

Que bien corriges, Gra..., me encanta. Está quedando muy bien. Estoy deseando verlo completo y redondeado por Javi.

Yo tampoco sabía lo de que "el pluscuamperfecto (hubieran elegido) marca una acción anterior al imperfecto (eligieran) y no a la inversa".

Como dice Rosa: se aprende, colegas, se aprende mucho con vosotros.
;)

TEXTO SENTIDO dijo...

Pues sí (a lo del pluscumaperfecto, digo). Estos están en el modo subjuntivo, pero es igual en el modo indicativo: "había hecho" marca una acción anterior que la que marca "hice".

Abrazotes

Textualmente dijo...

Ufff, pues no sé si es mucho pedir, Celsa. Me refiero a eso de ver el cuento completo y redondo. ¿Realmente existirá eso? ;)

Textualmente dijo...

Se me olvidaba. Pues sí, pues sí que corrige bien la profe. Vamos, que se aprende de lo lindo :)
Abrazos para ambas!

Celsa dijo...

Gra, no sé si los demás lo necesitan, yo no sabía cuando una acción pasada (o presente) es anterior a otra. Ni tampoco si ocurre igual con el futuro. En fin, que el asunto de verbos siempre se me hizo un lío. Utilizo los tiempos de forma automática, sin más ni más.
¿Podrías hacernos una chuletita con cuales indican más cercanía o lejanía?
¿Ves?, ni siquiera se explicar qué es lo que no sé, jajajaj

TEXTO SENTIDO dijo...

Yo creo que sí lo sabés, Celsa, aunque no recuerdes el nombre de cada tiempo verbal. Eso lo aprendemos de chiquitos, antes de ir a la escuela. Por ejemplo, respecto del futuro, vos sabés cuál de estas dos es correcta y cuál no:
"Para cuando tú llegues, yo ya me habré ido" // "Para cuando tú habrás llegado, yo ya me vaya".

Fijate que, incluso, uno de los links que te copio abajo y que explican más o menos esta cuestión es para extranjeros, porque son quienes aprenden así —con listas— lo que expresa cada tiempo verbal.
Es decir, que lo que te recomiendo es que te fíes de tu oreja. En la corrección que le hice a Javi respecto de esos tiempos verbales, ¿cuál te suena mejor? Pues eso.

De todos modos, aquí van los enlaces (el primero es más completo que el otro):

http://html.rincondelvago.com/el-sistema-verbal-en-espanol.html
https://facultystaff.richmond.edu/~ahermida/verbos1.htm

TEXTO SENTIDO dijo...

Hoy recordé un libro que puede servirte para lo que pedís, Celsa. Es "La gramática descomplejada", de Álex Grijelmo. Es muy entretenida, fácil de leer y bastante completa. Yo tengo un ejemplar que te puedo prestar, sólo que lo tiene una amiga. Cuando me lo devuelva, si querés, te lo paso. Ah, y estoy segura de que también lo tienen en las bibliotecas (salió hace un par de años).
Besos

Celsa dijo...

Gracias, Gra, por el ofrecimiento y por la información. Tomo nota del libro y me lo compro, que eso nunca sobra.
Besin.

TEXTO SENTIDO dijo...

UF!!! PERDÓN! Es "La gramática descomplicada" y no el título absurdo que te dije...

TEXTO SENTIDO dijo...

La desacomplejada soy yo, y por eso puedo andar escribiendo boludeces en público :*-)

Celsa dijo...

Ah, bueno, descomplicada está mejor. Descomplejarme vendrá después, tras su asimilación, jajaja

Celsa dijo...

¿Sabes cual fue uno de mis regalos del día de la madre?
Siiiiiii,
"La gramática descomplicada"
Está genial. Muchas gracias, Gra.
Un besín.