Hace unos días, encontraron en el blog una "yapa" con poemas. Les di este ejercicio como pie, entre otras cosas, para reflexionar acerca de las adivinanzas. Ustedes debían pensar títulos posibles, lo que se planteaba como una adivinanza —de paso, notemos que "adivinar", tanto en este ejercicio como en el clásico juego para niños, es en realidad "deducir", por lo que las adivinanzas deberían llamarse... ¿"deductanzas"?—.
Ocurre que, tal como plantea Gianni Rodari —se lo probaré después de un pequeño rodeo—, las adivinanzas tienen mucha relación con el extrañamiento. Para quienes ya estén preguntándose con qué se come aquello, les cuento que le debemos la idea a los formalistas rusos.
Al definir las técnicas utilizadas por los escritores para producir efectos específicos, Viktor Shklovsky, en su obra El arte como recurso, aportó el concepto de desvío o extrañamiento. Sostenía que la cotidianidad hacía que se "perdiera la frescura de nuestra percepción de los objetos", hacía de todo algo automatizado. Como salvador de ese medio alienado por la automatización, hace entrada triunfal el arte. Su técnica de salvación consistiría en hacer extraños los objetos, "crear formas complicadas, incrementar la dificultad y la extensión de la percepción, ya que, en estética, el proceso de percepción es un fin en sí mismo y, por lo tanto, debe prolongarse". Como se ve, el extrañamiento no afecta a la percepción, sino a la presentación de la percepción. De ahí que, en nuestra formación como escritores, tanta importancia le damos no ya a la percepción (proceso más o menos fisiológico) sino a la observación: a la capacidad de disponernos para percibir aspectos menos habituales de las cosas y al talento para presentar esa percepción en un texto.
Shklovsky crea el concepto de desautomatización como mecanismo de creación de la literariedad en el lenguaje: es la ruptura de automaticidad de la percepción, el extrañamiento ante lo no conocido, por lo que hay una ruptura del vínculo significante-significado. Un proceso de desautomatización es la metáfora, porque debemos realizar un proceso de comprensión para alcanzar el verdadero significado de esas palabras metafóricas, al haberlas privado de una relación directa. Así pues, una obra es literaria no por su cantidad de metáforas, sino por la desautomatización que comportan esas metáforas. Buscan una manera de presentar las cosas como nunca vistas, singularizándolas, sacándolas de contexto para hacerlas llamativas. Recordarán, seguramente, las "Instrucciones para subir una escalera" de Julio Cortázar: en ellas, llama la atención la nueva perspectiva, una nueva mirada sobre algo tan común y automático.
En uno de sus textos teóricos, "El sentimiento de lo fantástico", dice Cortázar: "Ese sentimiento de lo fantástico, como me gusta llamarle, porque creo que es sobre todo un sentimiento e incluso un poco visceral, ese sentimiento me acompaña a mí desde el comienzo de mi vida, desde muy pequeño, antes, mucho antes de comenzar a escribir, me negué a aceptar la realidad tal como pretendían imponérmela y explicármela mis padres y mis maestros. Yo vi siempre el mundo de una manera distinta, sentí siempre, que entre dos cosas que parecen perfectamente delimitadas y separadas, hay intersticios por los cuales, para mí al menos, pasaba, se colaba, un elemento, que no podía explicarse con leyes, que no podía explicarse con lógica, que no podía explicarse con la inteligencia razonante.
Ese sentimiento, que creo que se refleja en la mayoría de mis cuentos, podríamos calificarlo de extrañamiento; en cualquier momento les puede suceder a ustedes, les habrá sucedido, a mí me sucede todo el tiempo, en cualquier momento que podemos calificar de prosaico, en la cama, en el ómnibus, bajo la ducha, hablando, caminando o leyendo, hay como pequeños paréntesis en esa realidad y es por ahí, donde una sensibilidad preparada a ese tipo de experiencias siente la presencia de algo diferente, siente, en otras palabras, lo que podemos llamar lo fantástico. Eso no es ninguna cosa excepcional, para gente dotada de sensibilidad para lo fantástico, ese sentimiento, ese extrañamiento, está ahí, a cada paso, vuelvo a decirlo, en cualquier momento y consiste sobre todo en el hecho de que las pautas de la lógica, de la causalidad del tiempo, del espacio, todo lo que nuestra inteligencia acepta desde Aristóteles como inamovible, seguro y tranquilizado se ve bruscamente sacudido, como conmovido, por una especie de, de viento interior, que los desplaza y que los hace cambiar."
Muchos escritores han aludido de una u otra forma al extrañamiento. En el seminario que dio en la Menénez y Pelayo, Millás hacía hincapié en que, sin extrañarse de la realidad, no había escritura posible: si uno se halla cómodo en su mundo, si nada le causa una extrañeza que lo mueva a cuestionar las normas de su realidad, será mejor que se dedique a otra cosa.
Recuerdo ahora a algún otro escritor —no me pregunten quién— que aseguraba que escribía mejor antes de bañarse y en ayunas. Tal vez porque de esa manera entraba más fácilmente en la órbita del extrañamiento: antes del diario contacto con nuestro cuerpo, puede sernos más ajeno; antes de comer, estamos menos satisfechos con el mundo y con nosotros mismos. Y vuelvo así a las adivinanzas, porque, en rigor, tratándose de extranamiento nunca nos alejamos de ellas.
¿Cómo se construye una adivinanza?
Tres son los pasos —según Gianni Rodari, otro que aprovechó muy bien las enseñanzas de los formalistas rusos— para llegar a la formulación de una adivinanza:
- el extrañamiento, momento en el que hay que definir, de forma esquemática y aproximada, el objeto que la adivinanza esconde, y que se debe contemplar prescindiendo de su contexto significativo habitual;
- la asociación, momento en que, gracias a la analogía, pueden establecerse comparaciones a partir de cualquiera de las características del objeto en cuestión;
- y la metáfora, momento en el que el objeto, redefinido a través del lenguaje figurado, queda convertido en algo misterioso capaz de desafiar a la imaginación.
En cada una de las metáforas que nos fascinan, late una adivinanza.
En cada adivinanza, palpita el extrañarse de un trocito de realidad.
O nos damos permiso para la asociación creativa —para el riesgo de la sorpresa, para asomarnos a mundos extraños que habitan dentro de nosotros— o mantenemos la ilusión de una realidad sin incógnitas, sin fisuras... y sin adivianzas.
0 comentarios:
Publicar un comentario